“¿Recuerdas el anillo del Holocausto de mi abuela?”
“No sabía que en el Holocausto regalasen anillos”
Resacón en Las Vegas (Todd Phillips, 2009)
“No sabía que en el Holocausto regalasen anillos”
Resacón en Las Vegas (Todd Phillips, 2009)
Un chico de 17 años, huérfano se ha ganado la vida en la calle. De repente, estalla una guerra en su país. Atrapado por su enemigo, consigue librarse en el último instante de un pelotón de fusilamiento. Atrapado de nuevo, es llevado a la cárcel hasta el final de la guerra.
Años más tarde, decide subirse a un escenario. Como un espontáneo. Ante el asombro de los espectadores, empieza a relatar su experiencia en la guerra… pero no lamentándose, ¡bromeando con ello! Habla de sus compañeros muertos y hace chistes con ellos. La gente no para de reír.
Guionista de cine, humorista gráfico, monologuista, actor de cine y televisión e icono del humor. Su más famoso discurso antibelicista no escondía una capacidad crítica inmejorable para poner el dedo en la llaga durante una dictadura. Estoy hablando, por supuesto, de Miguel Gila.
Hubo un tiempo en que España era un país de humor grueso y cazurro, donde la bestialidad era una chanza habitual. Uno revisa los textos de Lope de Vega o Quevedo en lo que llamamos el Siglo de Oro y se da cuenta de que hay una larga tradición cómica donde los tabúes no existían. En ese mismo “siglo” se publicaba una obra cargada de violencia, sexualidad, herejías y burla de la España más pobre y cazurra: El Quijote. ¿Han leído alguna vez “El lazarillo de Tormes”? El texto se burla de los negros, de los inválidos, de los religiosos y de la pobreza y hambre de la época.
Hay una incongruencia en un país donde Luis García Berlanga, ese erotómano ateo confeso que se reía de la Guerra Civil y el hambre en plena dictadura, es un símbolo nacional. En un país donde provocadores, en el más admirable sentido del término, como Dalí o Buñuel son nuestros máximos representantes culturales en el Siglo XX. Cela, Arrabal, Almodóvar, Bruguera, Valle Inclán. Que sería de nosotros sin ellos.
Al otro lado del charco, el judío Lenny Bruce escandalizaba a un público que lo denunciaba por obscenidad. Salía en su defensa otro monologuista, un tal Woody Allen que decía del Holocausto que seis millones de judíos muertos eran pocos, que los records estaban para batirlos. En la misma línea de Lenny estaban George Carlin, el hombre que hizo la lista de las diez cosas que no se pueden decir por televisión y que algunos reconocerán como el obispo que presenta al Jesucristo Colega en la polémica “Dogma” (Kevin Smith, 1999), y Richard Pryor, que después de escándalos personales con malos tratos y drogas… hizo de ello un monólogo cómico.
Jerry Senfield, otro monologuista judío, y Larry David crearon una de las series de televisión más importantes de los 90. En ella se podían apreciar episodios como aquel en el que Senfield se perdía “La lista de Schindler” por estar besándose con su novia o cuando conocía a un dentista que se había convertido al judaísmo para poder hacer chistes sobre judíos sin ser llamado antisemita. El propio Larry David protagoniza una de las mejores series cómicas de la actualidad, “Curb your enthusiasm”, donde se le acusaba de antisemita por silbar una tonada de Wagner. ¿Sabían que mientras rodaba “La lista de Schindler” Spielberg ponía episodios de “Senfield” para animar al equipo?
Y aquí siguen Alberto González Vázquez. Los Vengamonjas. Miguel Noguera. Miguel Ángel Martín. Jorge Riera. Paco Alcázar. Rubén Ontiveros. Santiago Segura. La misma gente que sale en defensa de Álex de la Iglesia, de su capacidad para expresarse como le venga en gana en Twitter, de opinar distinto a sus compañeros y de buscar el consenso donde otros interesados solo quieren enfrentamiento; la misma gente que se mete con Hollywood por su poca tolerancia al sentido del humor de Ricky Gervais, famoso por un monólogo sobre nazis y que confesaba que su ideal inicial era presentar los Globos de Oro disfrazado de Hitler; la misma gente que probablemente se ríe con “Padre de familia” cuando hace un sketch con Peter Griffin comiendo patatas fritas en el escondite de Anne Frank o “Padre made in USA” cuando Roger planea ganar el Oscar con una versión pueril del Holocausto que parodiaba tanto a la propia Anne Frank como “La lista de Schindler”, “La vida es bella” o “El pianista”.
Y luego están las caricaturas de Mahoma. La portada de El Jueves con los príncipes. “A serbian film”. Los dos episodios de “South Park” que vieron sus respectivos finales censurados sin previo aviso. “Saw VI”. El derecho a la libertad de expresión es, como todos los derechos, inalienable, se encuentra por encima de cualquier contexto o razón y es independiente del orden jurídico. No lo digo yo: lo dice la ONU en su Declaración de los Derechos del Hombre de 1948. Sí, esa declaración que se hizo a consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. ¿Sabían que Israel exportaba pornografía sadomasoquista representando a judíos y nazis? Vaya, será que sí se puede banalizar sobre todo. Será que no existen los temas sagrados y que arrastramos tabúes preconcebidos, impensables en una sociedad del siglo XXI. No, no es una moda de lo políticamente incorrecto: solo es que hoy existe más gente dispuesta a ofenderse por cualquier tontería antes que a relajarse y reírse. Ya lo dice la canción, “Everyone’s a Little bit racist”: Even though we all know / That it's wrong, / Maybe it would help us / Get along.
Está claro que el problema no es el chiste. El problema es la repercusión mediática, la manipulación que se hace del mismo. A que intereses sirve: ¿Por qué si no se recalca tanto que Nacho Vigalondo sea la imagen de una campaña de El País y no de una de Visionlab o Burguer King, o un nominado al Oscar? ¿Por qué se repite que Sergio Pamiés le increpó cuando no es el mismo Sergi Pamiés de La Vanguardia? Así se repiten consignas, falacias de campeonato que implican que, si Vigalondo trabaja para un periódico del grupo Prisa, luego es militante del PSOE y un subvencionado… independientemente de que su última película no haya recibido subvención o de que él nunca se haya expresado políticamente. El asunto es ver como esta sociedad ha distorsionado el mensaje, desde la ofensa pacata a la indignación nacional, el crear un titular o el posicionarse ante algo que cualquiera con sentido común entendería que no se apoya. Las consecuencias son esto: el silencio. Cuando un hombre nos hace reir, es un comediante, cuando nos hace pensar o sentir cosas nuevas, es un humorista.
Se combinan tres puntos en la polémica del Holocausto Vigalondo: las intenciones de medios rivales de atacar a El País, la necesidad de los medios de crear polémicas y titulares con los que aumentar los comentarios (y por tanto las visitas) a sus publicaciones digitales y por último, la urgencia de los tiempos: Twitter es una herramienta sobre la chanza inmediata, no es una fuente a la que un periodista con un mínimo de ética y cultura acudiría. Los periódicos necesitan demostrar que están al día y la mejor de estar en el centro de la noticia… es crearla donde no la hay. Es generar más noticia. Es pensar en el potencial de un incidente inocuo, en su capacidad para convertirse en una noticia de verdad. Ese hype, esa expectativa de que aún no ha pasado nada serio ¡pero si lo publicitamos lo suficiente y lo tergiversamos adecuadamente, quizás ocurra! Ya no es algo por lo que la profesión periodística debería avergonzarse: es algo por lo que cualquier persona con un mínimo de decencia debería reflexionar, hacer autocrítica y preguntarse: “¿No estaré contribuyendo precisamente a aquello que busco denunciar? ¿No estaré equivocado?”. Los periódicos de la Alemania Nazi no investigaban sus noticias: aceptaban las que llegaban desde las agencias “oficiales” y lanzaban dardos contra el cabeza de turco que les permitía mantener su ideología. Ya saben quiénes.
Todo esto no es más que una serie de ideas sueltas que están mejor expresadas aquí, aquí, aquí y aquí. Hagan lo que nunca haría un mal periodista o un ofendido irracional: lean con atención y espíritu crítico.
Quizás somos una potencia: ya tenemos el puritanismo de los Estados Unidos y la censura de China. Sin embargo, la manipulación es algo ya profundamente español. Sólo aquí tenemos tan poca vergüenza. El resultado es esta inevitable marcha atrás, que nos vuelve a situar, con vergüenza, lejos de los derechos que creíamos incontestables. Y eso sí que no tiene gracia.
Años más tarde, decide subirse a un escenario. Como un espontáneo. Ante el asombro de los espectadores, empieza a relatar su experiencia en la guerra… pero no lamentándose, ¡bromeando con ello! Habla de sus compañeros muertos y hace chistes con ellos. La gente no para de reír.
Guionista de cine, humorista gráfico, monologuista, actor de cine y televisión e icono del humor. Su más famoso discurso antibelicista no escondía una capacidad crítica inmejorable para poner el dedo en la llaga durante una dictadura. Estoy hablando, por supuesto, de Miguel Gila.
Hubo un tiempo en que España era un país de humor grueso y cazurro, donde la bestialidad era una chanza habitual. Uno revisa los textos de Lope de Vega o Quevedo en lo que llamamos el Siglo de Oro y se da cuenta de que hay una larga tradición cómica donde los tabúes no existían. En ese mismo “siglo” se publicaba una obra cargada de violencia, sexualidad, herejías y burla de la España más pobre y cazurra: El Quijote. ¿Han leído alguna vez “El lazarillo de Tormes”? El texto se burla de los negros, de los inválidos, de los religiosos y de la pobreza y hambre de la época.
Hay una incongruencia en un país donde Luis García Berlanga, ese erotómano ateo confeso que se reía de la Guerra Civil y el hambre en plena dictadura, es un símbolo nacional. En un país donde provocadores, en el más admirable sentido del término, como Dalí o Buñuel son nuestros máximos representantes culturales en el Siglo XX. Cela, Arrabal, Almodóvar, Bruguera, Valle Inclán. Que sería de nosotros sin ellos.
Al otro lado del charco, el judío Lenny Bruce escandalizaba a un público que lo denunciaba por obscenidad. Salía en su defensa otro monologuista, un tal Woody Allen que decía del Holocausto que seis millones de judíos muertos eran pocos, que los records estaban para batirlos. En la misma línea de Lenny estaban George Carlin, el hombre que hizo la lista de las diez cosas que no se pueden decir por televisión y que algunos reconocerán como el obispo que presenta al Jesucristo Colega en la polémica “Dogma” (Kevin Smith, 1999), y Richard Pryor, que después de escándalos personales con malos tratos y drogas… hizo de ello un monólogo cómico.
Jerry Senfield, otro monologuista judío, y Larry David crearon una de las series de televisión más importantes de los 90. En ella se podían apreciar episodios como aquel en el que Senfield se perdía “La lista de Schindler” por estar besándose con su novia o cuando conocía a un dentista que se había convertido al judaísmo para poder hacer chistes sobre judíos sin ser llamado antisemita. El propio Larry David protagoniza una de las mejores series cómicas de la actualidad, “Curb your enthusiasm”, donde se le acusaba de antisemita por silbar una tonada de Wagner. ¿Sabían que mientras rodaba “La lista de Schindler” Spielberg ponía episodios de “Senfield” para animar al equipo?
Y aquí siguen Alberto González Vázquez. Los Vengamonjas. Miguel Noguera. Miguel Ángel Martín. Jorge Riera. Paco Alcázar. Rubén Ontiveros. Santiago Segura. La misma gente que sale en defensa de Álex de la Iglesia, de su capacidad para expresarse como le venga en gana en Twitter, de opinar distinto a sus compañeros y de buscar el consenso donde otros interesados solo quieren enfrentamiento; la misma gente que se mete con Hollywood por su poca tolerancia al sentido del humor de Ricky Gervais, famoso por un monólogo sobre nazis y que confesaba que su ideal inicial era presentar los Globos de Oro disfrazado de Hitler; la misma gente que probablemente se ríe con “Padre de familia” cuando hace un sketch con Peter Griffin comiendo patatas fritas en el escondite de Anne Frank o “Padre made in USA” cuando Roger planea ganar el Oscar con una versión pueril del Holocausto que parodiaba tanto a la propia Anne Frank como “La lista de Schindler”, “La vida es bella” o “El pianista”.
Y luego están las caricaturas de Mahoma. La portada de El Jueves con los príncipes. “A serbian film”. Los dos episodios de “South Park” que vieron sus respectivos finales censurados sin previo aviso. “Saw VI”. El derecho a la libertad de expresión es, como todos los derechos, inalienable, se encuentra por encima de cualquier contexto o razón y es independiente del orden jurídico. No lo digo yo: lo dice la ONU en su Declaración de los Derechos del Hombre de 1948. Sí, esa declaración que se hizo a consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. ¿Sabían que Israel exportaba pornografía sadomasoquista representando a judíos y nazis? Vaya, será que sí se puede banalizar sobre todo. Será que no existen los temas sagrados y que arrastramos tabúes preconcebidos, impensables en una sociedad del siglo XXI. No, no es una moda de lo políticamente incorrecto: solo es que hoy existe más gente dispuesta a ofenderse por cualquier tontería antes que a relajarse y reírse. Ya lo dice la canción, “Everyone’s a Little bit racist”: Even though we all know / That it's wrong, / Maybe it would help us / Get along.
Está claro que el problema no es el chiste. El problema es la repercusión mediática, la manipulación que se hace del mismo. A que intereses sirve: ¿Por qué si no se recalca tanto que Nacho Vigalondo sea la imagen de una campaña de El País y no de una de Visionlab o Burguer King, o un nominado al Oscar? ¿Por qué se repite que Sergio Pamiés le increpó cuando no es el mismo Sergi Pamiés de La Vanguardia? Así se repiten consignas, falacias de campeonato que implican que, si Vigalondo trabaja para un periódico del grupo Prisa, luego es militante del PSOE y un subvencionado… independientemente de que su última película no haya recibido subvención o de que él nunca se haya expresado políticamente. El asunto es ver como esta sociedad ha distorsionado el mensaje, desde la ofensa pacata a la indignación nacional, el crear un titular o el posicionarse ante algo que cualquiera con sentido común entendería que no se apoya. Las consecuencias son esto: el silencio. Cuando un hombre nos hace reir, es un comediante, cuando nos hace pensar o sentir cosas nuevas, es un humorista.
Se combinan tres puntos en la polémica del Holocausto Vigalondo: las intenciones de medios rivales de atacar a El País, la necesidad de los medios de crear polémicas y titulares con los que aumentar los comentarios (y por tanto las visitas) a sus publicaciones digitales y por último, la urgencia de los tiempos: Twitter es una herramienta sobre la chanza inmediata, no es una fuente a la que un periodista con un mínimo de ética y cultura acudiría. Los periódicos necesitan demostrar que están al día y la mejor de estar en el centro de la noticia… es crearla donde no la hay. Es generar más noticia. Es pensar en el potencial de un incidente inocuo, en su capacidad para convertirse en una noticia de verdad. Ese hype, esa expectativa de que aún no ha pasado nada serio ¡pero si lo publicitamos lo suficiente y lo tergiversamos adecuadamente, quizás ocurra! Ya no es algo por lo que la profesión periodística debería avergonzarse: es algo por lo que cualquier persona con un mínimo de decencia debería reflexionar, hacer autocrítica y preguntarse: “¿No estaré contribuyendo precisamente a aquello que busco denunciar? ¿No estaré equivocado?”. Los periódicos de la Alemania Nazi no investigaban sus noticias: aceptaban las que llegaban desde las agencias “oficiales” y lanzaban dardos contra el cabeza de turco que les permitía mantener su ideología. Ya saben quiénes.
Todo esto no es más que una serie de ideas sueltas que están mejor expresadas aquí, aquí, aquí y aquí. Hagan lo que nunca haría un mal periodista o un ofendido irracional: lean con atención y espíritu crítico.
Quizás somos una potencia: ya tenemos el puritanismo de los Estados Unidos y la censura de China. Sin embargo, la manipulación es algo ya profundamente español. Sólo aquí tenemos tan poca vergüenza. El resultado es esta inevitable marcha atrás, que nos vuelve a situar, con vergüenza, lejos de los derechos que creíamos incontestables. Y eso sí que no tiene gracia.
“La comedia es tragedia más tiempo”
Delitos y faltas (Woody Allen, 1989)
Delitos y faltas (Woody Allen, 1989)
by Henrique Lage
7 comentarios:
De lo más lúcido que he venido leyendo.
buen post, se agradece
"el mundo moderno ya no censura sino al que se rebela contra el envilecimiento" o "los pecados que escandalizan al público son menos graves que los que tolera" (Nicolás Gómez Dávila)
muy bueno. Felicidades.
Obra maestra, Henry. Un honor compartir casa contigo.
Gracias al resto.
Cerezo
Buen post. Me has hecho recordar posts antiguos de mi propio blog como este o este otro.
Solo dos aprecicaciones:
- El famoso monólogo de George Carlin no habla de diez palabras que no se pueden decir en televisión sino siete.
- La frase con la que terminas en realidad es de Carol Burnett. Cuando el personaje de Alan Alda la cita en "Delitos y faltas" lo hace porque la frase se ha convertido en un lugar común. De hecho, da la sensación de que Woody se burla de su actitud al usar la cita y creerse muy profundo por ello.
Saludos.
Cierto Alan, mis disculpas por las erratas. Lo de Carlin ha sido un desliz porque ya lo sabía, pero lo de Allen no lo recordaba. Supongo que eso significa que tengo que volver a ver a ambos.
Me encanta este blog
Un saludo al creador.
http://worldgate.es
Publicar un comentario