30 enero, 2011

This is the real World


La experiencia que tenemos muchos amantes del cine cuando aparecen las palabras "basado en hechos reales" antes de una película debe ser algo equivalente a lo que sentían los perros de Pavlov al recordar ciertos estímulos asociados a un periódico enrollado (bueno, el experimento era sobre la comida, pero la idea sirve igual), en este caso, con la cara de Ron Howard en primera pagina...

Es evidente que el cine siempre ha buscado inspiracion en la realidad en distinto grado, en ocasiones de forma velada, en otras de forma evidente y en ocasiones usando un esquema formal (documental, cámara en mano) asociado de una forma mas directa al concepto de reportaje. A priori no hay nada malo con esto, hay grandes películas que usan historias reales, pero en general parece convertirse en un imán de lugares comunes y sentimentalismo fácil.

Dentro de la nueva ola de directores actuales, un nombre me resulta especialmente atrayente, David Fincher, debido principalmente a una filmografía tan notable como variada y porque Fincher ha usado historias reales en dos de sus ultimas cintas sin caer en prácticamente ninguno de esos lugares comunes que suelen poblar estas películas.

Fincher me resulta interesante en Zodiac principalmente por su manera de tratar los hechos que inspiran la película al mismo nivel que la mayoría de directores tratarían la ficción. Es posible establecer ciertos paralelismos entre Seven y Zodiac, ambas tratan un asesino en serie y personas obsesionadas, pero salvando las distancias temporales y la evolución que de Fincher en el terreno formal, ambas funcionan a un nivel que trasciende de lo que están contando, ambas usan como fondo algo más que la historia de un asesino, pero lo mas importante es que independientemente de que su base sea real o no, funcionan igual de bien como narrativa cinematográfica. Si por un momento suponemos que Zodiac es ficción y Seven real, nos damos cuenta que en realidad su validez formal es la misma, más allá del posible escepticismo que se pueda mostrar como espectador.

Es en este punto donde puedo volver, a modo de inciso, a una de esas epifanias personales sobre la independencia de las obras sobre su origen. Realidad, remake o adaptación, las obras deben funcionar por si mismas. Watchmen, por poner un ejemplo, no es mala porque sea una mala adaptación (que lo es), sino porque narrativamente no es ni coherente ni fluida, y Zodiac es una gran película porque independientemente de su fidelidad, lo que muestra tiene como fin la progresión de la historia.

Lo mismo se puede aplicar a The Social Network, escondidos bajo un desorden temporal hay muchos aciertos narrativos, con un gran trabajo de montaje y una estupendisima banda sonora de Trent Reznor y Atticus Ross, convirtiendo una película de "gente que habla" en un ejemplo fabuloso de las posibilidades del cine. The Social Network es un paso enorme en la filmografía de Fincher. Aun pudiendo considerarla inferior a Zodiac, cosa que podría ser un debate aparte, me parece una cinta muy valiente. Es difícil mostrar una historia donde prácticamente ninguno de los protagonistas que aparecen en pantalla genera simpatía y salir airoso, manteniendo durante dos horas el interés, incluso sabiendo el final.

Fincher es un estupendo narrador, y su obra mas fallida (quitando Alien 3 que parece que, aparte de estar detrás de la cámara, no pintó mucho) es Benjamin Button. A pesar del estupendo trabajo de producción, no deja de ser un compendio de tópicos sobre lo bonita que es la vida y los amores imposibles. No tengo nada en contra de estos conceptos, pero hay cientos de películas que cuentan lo mismo y hay que marcar mucho mas terreno que lo del hombre que crece al revés. Si marcamos mentalmente el esquema "Ron Howard" (tm) de historia real, Benjamin Button cae en todas las trampas que parece intentar evitar con el escenario planteado. Sigue siendo más disfrutable que Howard, pero no mucho mas.

Aun así, desde mi humilde posición acabaré esta alegoría diciendo que puede que Fincher no sea el mejor director actual, pero desde luego es uno de los motivos que me mantienen pegado a esto del cine...

Findor

12 enero, 2011

Entre tierras y bajo ellas: las catarsis enfrentadas de "127 horas" y "Buried"


SPOILERS DE "127 HORAS" Y "BURIED".

Se podría decir que toda la filmografía de Danny Boyle gira en torno a la catarsis. Sus protagonistas encuentran, con menor o mayor fortuna, un arrebato que admiten sin miramientos. La metáfora religiosa es una constante, consciente o no, que hila las ensoñaciones de sus personajes, su búsqueda o encuentro casual con una realidad superior a la que afianzarse.

127 horas no es diferente. La historia de Aron Ralston, el montañista que quedó atrapado por su brazo durante cinco días y sobrevivió para contarlo es, en un principio, una historia que plantea el reto de mantener todo el peso en un actor y una localización, elevada por la épica que ya destila de por sí la hazaña. Parece algo en principio, tan atractivo como medianamente asequible de desarrollar. Sin embargo, resulta curioso ver como Boyle antepone la dispersión, las divagaciones y alucionaciones de Ralston o los flashbacks a cualquier otro desarrollo emocional. Una de las primeras cosas que se puede criticar a 127 horas es la incapacidad para reaccionar ante la (ausente) vida personal de Ralston, quedando ésta reducida a fiestas y ligues, o a una familia escatimada, apenas presente por la voz de una madre y la testimonial aparición de amigos y una hermana. Sólo al recurrir al inexcusable epílogo aclaratorio que toda película basada en hechos reales se ve obligada a incluir, encontramos algo de implicación en quién es Ralston antes que en la mera descripción de su suplicio.

Porque si una cosa es 127 horas es la representación de un accidente, que no escatima en un detallismo totalmente inútil y exclusivamente dedicado al morbo. Parece que a Boyle solo le interesan dos cosas: todo aquello que sirve para reclamar la atención del espectador – a costa de lo que sea – y regodearse en las alucinaciones espirituales más pochas. Es una película tan poco interesante que ni su propio director parece interesado en la historia que está contando. Entonces, ¿cómo es que se trata de una de las favoritas para los Oscars de este año?

Conviene ser injusto por una vez y comparar sin ningún pudor la película de Boyle con la del gallego Rodrigo Cortés, Buried, para sacar algunas conclusiones. He aquí una pequeña división en categorías:



El protagonista

Aron Ralston es un héroe. Es ese muchacho carismático, dinámico, alegre y deportista que, para colmo, dedica su vida a rescatar a gente en condiciones como la que, irónicamente, le golpean en nuestra historia. Es un buen chico, el boy scout con ese punto canalla que lo hace más cómplice con nosotros. Es, además, una figura plenamente consciente de su condición y sabe en todo momento como proceder.

Paul Conroy es un perdedor. Incapaz de conseguir un trabajo, la única manera de llevar dinero a casa es aceptar un empleo sin futuro y peligroso: transportista en Irak. No es un santo ni muy listo. Lo vemos cabrearse, insultar y se ve completamente superado por su situación. Su vida es mediocre y, para colmo, se ve metido en unas circunstancias totalmente ajenas a él. Gran parte del peso de su personaje recae en lo que desconoce o en sus incapacidades para actuar, lo que lo convierte en un personaje dependiente de los demás, y por tanto, pasivo.

La estructura

Es interesante destacar que Boyle prefiere arrancar su película enseñándonos como es Ralston. Una vez descrito su personaje a través de un prólogo joie de vivre y dejando clara su condición de macho alfa. A partir de ahí, toda la información que se nos da viene directamente de él, de sus ensoñaciones, recuerdos o su videocámara (tengamos en cuenta que lo audiovisual puede estar tan manipulado como la memoria) y tan sólo el prólogo nos devuelve del arquetipo apenas esbozado a un personaje tridimensional.

Conviene destacar que la apertura y cierre de 127 horas, enlazando la historia privada de Ralston con imágenes de masas a un ritmo vertiginoso recuerda poderosamente a Mind Game (2004), que utilizaba las vidas de sus protagonistas para abrir y cerrar un relato de decadencia y superación en medio de la complejidad de lo humanidad.

En cambio, Cortés arranca su historia sin concesiones, y es a través del diálogo de Conroy con otros, de esa interacción con los demás, la manera en la que descubrimos todo lo necesario para reconstruir al personaje e implicarnos con él hasta el final. Parece fácil y no lo es, pero además es imprescindible.

La conclusión

No será ninguna novedad señalar que, mientras 127 horas se eleva triunfal ante la valentía, sacrificio y capacidad de superación del individuo, Buried prefiere hablar de la inevitabilidad, del error, de lo casual y del fracaso.

El sustrato

Pero el punto más relevante es el contexto: no es que Ralston salga victorioso de un lugar cualquiera… si no de Blue John Canyon, un paisaje puramente norteamericano, que refleja la propia belleza de esa tierra… del mismo modo que también es testigo mudo del legado cultural del país. Así, Ralston termina su aventura abandonando el cañón que recibe su nombre de un miembro de la banda Hole in the Wall, pero no sin pasar antes por las impresionantes pinturas que los ancestros de los indios Pueblo dejaron en el lugar. En otras palabras, podemos decir que la victoria de Ralston es individual… pero le ayuda a reconciliarse con su familia, su lugar en el mundo y una descarada alabanza nacional que quizás Boyle pretendía (como prólogo y epílogo parecen sugerir) convertir en global.


Por la contra, Conroy sufre la peor de las suertes en medio de ninguna parte. En un agujero de rata, un calificativo que sirve tanto para el ataúd en el que es enterrado prematuramente o en el país en el que ha acabado para su desgracia. Irak es ese error que hay que enterrar (nuff said) y al que sistema, un sistema que yerra, no le interesa sacar a la luz, y menos a la prensa. Conroy no puede más que ver cómo su país, su familia y sus amigos permanecen impotentes, inútiles y no le queda más que rendirse.

Mientras tanto, Ralston disfruta de su product placement, sus polvos Erasmus, sus talk shows, su superheroísmo autoproclamado. El único enemigo de Ralston es el mismo; en cambio, Conroy se enfrenta a todo lo demás, entre un funcionario imbécil y un terrorista negado.

Boyle parece agarrarse a esas catarsis, a esos pequeños triunfos de la vida como una manera de satisfacer al espectador. Quizás por eso suene hoy más el nombre del director de “Slumdog millionaire” que el de Cortés: porque el público no quiere oír hablar de errores, problemas, derrotismo o decepciones en tiempos de crisis. Aún cuando la película del español resulta mucho más eficiente y meritoria, pasa desapercibida ante una masa que enaltece el optimismo, la superación y la belleza de lo que le rodea. ¿Se sustituye el buen cine por las buenas intenciones? ¿O es que sólo podemos entender la catarsis como éxito, no como tránsito o revelación, por muy dolorosa que sea esta? Quizás no nos interesan esas revelaciones, porque implican la verdad y no siempre es agradable oírla. Nos interesa más presenciar un éxito momentáneo y una atractiva mentira. Sólo lamento todo lo que perdemos por no querer escuchar.

By Henrique Lage