29 enero, 2012

70m2

Nota: Este texto contiene algunos spoilers del corto, dado que actualmente está disponible en Youtube, es recomendable verlo antes.

Añadido: Dado que el corto está en Youtube, que menos que dejar un enlace al mismo para verlo.

Una de las mayores dificultades que existen a la hora de enfrentarse a una narración es la "verosimilitud", o más concretamente, lo que estamos dispuestos a dejarnos engañar, también llamado normalmente suspensión de incredulidad.

Digo que es difícil porque normalmente no es una decisión consciente, y depende en mucho grado, de la capacidad de identificarnos con el protagonista y su entorno. A veces parece más fácil creerse una película de Bay que una de Hitchcock precisamente por la intención del segundo de ser más realista…


Mientras estaba viendo 70m2, dirigido por Miguel Ángel Carmona, una parte de mi cerebro no podía parar de pensar en lo absurdas que me parecían algunas situaciones o decisiones y la cantidad de cosas que yo hubiese hecho de forma diferente a la hora de enfrentarme a la situación de Iván (Alberto Amarilla).

El grave problema de esta aproximación es que la situación de Iván y todo lo que le pasa es algo con lo que dudo que tuviese que enfrentarme yo aunque viviese mil años…

Pero esta sensación de amor-odio y, sobretodo, la indignación a nivel de levantar los brazos y casi gritar a la pantalla no es algo tan negativo como uno pueda pensar porque en el fondo implica una conexión emocional, significa que uno siente empatía con el personaje y se ve lo suficientemente identificado como para ponerse en su lugar. No gusta lo que hace porque tememos que el resultado no sea bueno, en el fondo, como espectadores, queremos que las cosas salgan bien.


La historia que cuenta Carmona, empieza como una bonita historia de amor y lo que debería ser un día magnífico para Iván acaba convirtiéndose en una, como podría decir Lemony Snicket, serie de catastróficas desdichas… Carmen (Isabel Estévez), inquilina del piso decide volarse la tapa de los sesos enfrente de Iván dejando encerrado a este en el apartamento… Mientras Iván busca la manera de salir, aparece Julio (Carlos Álvarez-Nóvoa), el que parece novio de Carmen para intentar reconciliarse…

Todo este absurdo malentendido y esa indignación de la que hablaba al final dejan de tener sentido si la historia encaja y si las decisiones producen un resultado satisfactorio, no tanto en el sentido de felicidad moral como en un sentido más puramente narrativo, como hace en este caso. Las consecuencias de esas acciones o de esas situaciones inverosímiles son las que provocan este resultado y desencadenan la capacidad del corto de crear expectativas sin caer en la previsibilidad.


Una de las cosas más interesantes de 70m2 es la mezcla de géneros, comedia, suspense y drama, pero sobretodo el cambio progresivo que plantea entre ellos, sin mezclar en ningún momento ni volver sobre sus pasos, con una dirección a seguir de forma clara, y sin necesidad de caer en explicaciones innecesarias. Simplemente la cosa se deja fluir y son los sentimientos propios los que hacen que la cosa encaje. En última instancia, la narración realmente no necesita explicar los motivos de los personajes porque no influyen en el resultado final que nos debe provocar.

Es difícil encontrar cosas negativas en la parte técnica, tanto la fotografía como el trabajo de cámara de Carmona son excelentes, dando muchas posibilidades al movimiento de cámara y buscando siempre variedad de ángulos y encuadres. Entiendo que el cortometraje, como género, muchas veces tiende a la narrativa visual mucho más nerviosa en comparación al cine, que se puede permitir ser mucho más reposado, pero al final la sensación visual que provoca 70m2 no es para nada forzada y refleja la sobriedad de una persona de esas que son capaces de hacer cine grande.

Pedro Pérez (aka Findor)

14 enero, 2012

G... Je, je...

(Nota: Este texto contiene spoilers sobre el desarrollo y alguna foto que puede destripar parte del corto, avisados quedáis por si no lo habéis visto)

Una de esas frases de la vida y que se aplica muchas veces al cine dice que es más difícil hacer reír que hacer llorar, a pesar de que la comedia, como género, esté más depreciada que el drama delante de la crítica. No es que ninguno de los dos géneros me parezca mucho más difícil que el otro, pero prefiero matizar y decir que lo complicado de ambas disciplinas acaba siendo, como muchas otras veces, hacerlo BIEN. En realidad cualquier Ron Howard puede meter unos perritos abandonados entre violines en un trozo de celuloide o cualquier Farrelly soltar unos pedos y hacer gente que se caiga en montañas de mierda. Eventualmente alguien llorará o se reirá... O viceversa, para que engañarnos.

Pero hacerlo bien sin caer en lugares comunes o convencionalismos absurdos es rematadamente difícil. Es por eso que ahora, en perspectiva, después de revisarlo y destriparlo como es debido, G me parece todavía más soberbio que en aquel primer pase del Córtate.

Lo mismo te compro un pollo que te asesino a uno

Partiendo de una idea bastante simple, Diego Puertas consigue lograr lo que para mi es un punto clave de este tipo de historias, la naturalidad. Hasta cierto punto, la historia es lo de menos, ya sea el topo o la doble vida de G, se pueden dejar un poco de lado porque todo lo demás fluye de forma suave. Primero por los diálogos, que nunca dan la impresión de estar forzados, a lo que contribuyen los actores principales de forma evidente (ahora mismo me costaría pensar en otros actores que pudieran encajar mejor que José Luis Gil y Beatriz Carvajal en sus respectivos papeles), y segundo, por un muy buen sentido del ritmo narrativo. Todo esto hace que G escape de lo que suele pecar el mundo del cortometraje en general y sobretodo su vertiente humorística en particular, que es de su excesiva dependencia al chascarrillo. Puertas consigue que la "broma" final sea un colofón a algo que ya funcionaba por si sólo sin crear un corto con la broma como único objetivo.

El hombre en la sombra

Siempre he sido defensor del cortometraje como lugar ideal para experimentar, y en este sentido Diego también hace un muy buen trabajo detrás de la cámara. Me gusta mucho como juega con algunos planos, la cámara que se mete por la ventanilla en el parking y el súbito cambio de foco con el disparo, poner la visión encima de la mesa durante la comida, variaciones entre planos picados y contra picados, crean una dinámica muy interesante a la hora de narrar sin hacerse notar demasiado y sin caer en la monotonía. No me convence tanto la cámara al hombro durante la secuencia del parque, un poco brusca para mi gusto, pero personalmente nunca he sido muy fan de este recurso, aún así, se usa en un momento bien escogido para dar la sensación de observador externo. Cada pase he ido viendo detalles nuevos, algo como lo que me pasó en 8, pero lo mejor es darse cuenta que incluso viéndolo 3 o 4 veces en unos días y casi sabiéndoselo de memoria, no te importa ponerlo otra vez y que además, te seguirá sacando una sonrisilla aunque sepas lo que va a pasar.

Cuantas veces piensa uno en esto a lo largo del día...

Como conclusión, me gustaría hablar del subtexto, porque aparte de su vertiente humorística, G esconde un drama, el drama de todos esos hombres felizmente casados que luchan contra esa sombra maligna que representa la madre de su mujer. G también juega con ese deseo oculto de todos esos hombres de matar a su suegra, algo evidente en G, pero que consigue crear una identificación mayor con el protagonista por parte del público masculino...

Queda por confirmar si esto es una visión autobiográfica de Diego Puertas o simplemente algo que le pasa por la cabeza de vez en cuando como a todos los demás.

Pedro Pérez (aka Findor)

PD: Sí, el título del post es de juzgado de guardia y merezco la muerte por ello, o si no es la muerte, al menos una buena temporada de agonía...

08 enero, 2012

La crisis es una historia de (des)amor





Michelangelo Antonioni dirigió en 1961 “El eclipse” como cierre a su Trilogía de la Incomunicación de la que formaban parte “La aventura” (1960) y “La noche” (1961). La película, protagonizada por Monica Vitti y Alain Delon, ganó el premio del jurado de Cannes en 1962 y en su documental “Il mio viaggio in Italia” (1999), Scorsese definió sus últimos siete minutos como la prueba palpable de que todo es posible en el cine.

La película narra como Vittoria (Monica Vitti) abandona a Riccardo (Paco Rabal) después de una discusión que ha puesto punto y final a su relación. Insegura, Vittoria se refugia en su amiga Anita y en su madre, que acude con frecuencia a la Bolsa de Roma. Allí Vittoria conoce a Piero, un cínico agente de bolsa. Piero, al conocer que Vittoria está soltera, comienza a cortejarla; su interés por ella le lleva a descuidar su trabajo durante uno de las mayores golpes a la economía italiana.



Dice David Saul Rosenfeld que “El eclipse” empieza por el final, con una ruptura. De hecho, la describe como la narración de un final. Antonioni no es ajeno al paisaje apocalíptico, siendo ejemplos de ello “El desierto rojo” (1964) o “Zabriskie point” (1970) y esta película está dominada, como es habitual en su director, por un paisaje de ciudad desértica, de construcciones solitarias y abandonadas. Los lugares en construcción se contraponen al lugar de trabajo de Piero, la impresionante Piazza Affari, un auténtico templo de las finanzas en su sentido más estético, y el principal bolsa de valores de Italia. El aire catastrofista que inunda todo viene puntuado por un cadáver dragado del río.

Piero, el hombre de los mercados, intenta conquistar a Vittoria, la mujer que ha sido engañada otras veces y que no quiere que le hagan daño de nuevo. La insistencia de Piero mantiene un frágil equilibrio en la vida de ambos, pero hay una necesidad de que se encuentren. Cuando Piero consigue toda la confianza de Vittoria, queda con ella en una cita, a la que Piero jamás acude.



Y entonces, la ciudad, el paisaje de fondo, se revela como el lugar más frío, anodino y terrible posible. Pero el único existente, el único donde puede tener lugar la acción.

De ese modo, Antonioni diseña una advertencia, la amenaza económica, con sus “altos y bajos” como llega a defender Vittoria, con sus “eclipses”, equiparándolo a las relaciones personales, a la constante inseguridad de vivir pendiente de tantos factores, a entregarse ciegamente al otro, solo para descubrir que no solo seremos engañados, si no que nos dejaremos engañar una vez más.

by Henrique Lage


02 enero, 2012

Revisitando 8

Detalles. Algo que se dice de las grandes obras es que suelen ser inabarcables, que suelen cambiar un poco cada vez que uno se enfrenta a ellas. Dentro de su espacio limitado y sus 14 minutos, 8 cumple un poco las bases que hacen que sucesivos visionados acaben descubriendo esos pequeños detalles que pueblan el metraje.


8 es una historia de sugerencias, mucho más allá de las posibilidades narrativas de la palabra, maneja el lenguaje de lo visual y por tanto el inconsciente del espectador. Desde un primer momento en que vemos miedo en los ojos de la joven hija mientras enciende las velas, consciente de todo lo que va a pasar, el maquillaje que esconde la violencia familiar, el anillo tirado con desdén, el marido en el coche con destellos de luz roja como metáfora de esa maldad que sobresale en algunas personas incluso cuando normalmente no lo son...

Detalles como el golpe en el salpicadero seguido del hijo escondiéndose, planos que muestran heridas en los principales integrantes de la historia, esas velas grumosas y la mermelada con un color mucho más parecido a la sangre que a las fresas en un pastel que parece sacado de las pesadillas de un niño más que de sus deseos.

Un cumpleaños que no deja de ser una mera excusa para realizar un sacrificio de sangre, sacrificio insuficiente porque una de las piezas falla y que deja al padre navegando entre dos mundos...

Como buen obsesivo, igual que yo, Cerezo pone los detalles para el que los quiera ver, he de suponer que muchos son buscados, y algunos reconocidos inconscientes o involuntarios, de cualquier manera, los amantes del género fantástico podrán ver muchas referencias, un poco de padre Merrin al principio, un poco del resplandor con el niño y las gemelas... Un poco de lo que ya mostró en Escarnio, con el que comparte la obsesión por las infancias perdidas y las familias no del todo normales.


A nivel técnico nunca he tenido grandes pegas hacia la puesta en escena, no había hablado de ella la ultima vez, pero es evidente que Cerezo ya muestra ciertos tics de director como los pequeños trávellings para seguir la acción, muy en paralelo con Escarnio igualmente, donde ya estaban presentes, pero ciertamente algo más pulidos en los encuadres. La fotografía de Nacho Aguilar es enormemente acertada y apenas da la impresión de estar rodado en digital. En su momento tuve ciertos problemas con la música, por algún motivo no acababa de convencerme, pero después de ver el corto unas veces que empiezan a parecerse al título, la voy aceptando mejor por su forma de encajar dentro del metraje más que por que sea un estilo que me apasione.

Una mención aparte para los créditos finales de Iván Iserte, un colofón estupendo para algo tan bien cuidado.

Quizá el detalle que más me molesta es que Cerezo, tan critico como es ante las concesiones a la audiencia, haya incluido ciertos efectos sonoros que se saltan las reglas de la sugestión que el mismo propone, el sonido del teléfono descolgado, como si no fuese evidente que lo está. Aunque no tenga un plano protagonista, el giro de cámara me parece suficiente... Y el susurro, mucho más estridente de lo que me gustaría... Podría ponerme más quisquilloso con otras cosas como el hecho de porque la hija es necesaria para el sacrificio de sangre pero no se sienta a la mesa, pero eso entra dentro de las concesiones que como espectador tengo que hacer para escuchar la historia que me cuentan...

Independientemente de lo hondo que pueda uno escarbar para sacar cosas por arriba o por debajo, uno no puede negar que 8 es un trabajo formal muy elevado y que dentro de su sencillez de trazo, está lleno de recovecos a descubrir una y otra vez.

Pedro Pérez (aka Findor)

PD: Quiero añadir que, a pesar de la amistad con Cerezo, todo lo digo sobre su obra lo siento de verdad, él lo sabe y yo lo sé. Es evidente que existirán suspicacias, pero personalmente me siento muy a gusto con todo lo que he escrito sobre él.