10 abril, 2008

Hayao Miyazaki: La épica de lo natural (II)


En "Laputa, un castillo en el cielo" (1986) Miyazaki vuelve a entonar un canto a la paz y al respeto a lo natural de manos, una vez más, de una niña, última heredera de una dinastía proveniente de una isla flotante. Ésta deberá encontrar la isla, mezcla de engendro tecnológico y organismo natural, para descubrir sus orígenes, y proteger al mundo del uso destructivo que pretende hacer de la fortaleza su malvado antagonista.

No es que la parte científica sea dañina, pues Miyazaki deja claro que somos nosotros quienes orientamos los avances tecnológicos en una dirección u otra. De hecho aparecen robots entrañables que se dedican a proteger la naturaleza que vive en la isla.

En beneficio de la tierra, junto con su fiel compañero Pazu, sacrificará la isla y con ella a ellos mismos. Pero finalmente sólo destruyen la parte tecnológica, lo natural sigue flotando gracias a la piedra Levi (levitation) que pertenece a la naturaleza y que le brinda ese halo de protencción y magia, como el espíritu del bosque en Mononoke, o los insectos en Nausicaa.


Miyazaki vuelve a formular una particular defensa de lo natural con "Mi vecino Totoro" (1988), la aventura de dos niñas que descubren al gran Totoro o Rey del Bosque, y que establecerán con él una gran amistad. Mucho más amable que las anteriores fantasías épicas, este filme huye del tono tremendista, y se limita a una línea narrativa sin apenas conflicto, más sensible al camino de descubrimiento del mundo que ocurre en la infancia. Sin embargo, no faltan en la cinta muchas obsesiones del autor, como la madre enferma, el medio silvestre como forma de escape, o la absoluta inocencia de la infancia.

En esta película la naturaleza lo embriaga todo, y por ello Miyazaki tiene más margen para atender al matiz: el medio natural se presenta como un entorno mágico, en el que podemos encontrar seres como los "duendes o conejitos del polvo" (que tanto nos recuerdan a los "susuwatari" de hollín que aparecen en El viaje de Chihiro), o los "totoros", personajes imperceptibles para los adultos y que sólo los niños pueden ver, al ser los únicos puros de corazón. Gracias a este carácter minimalista y contemplativo, puede decirse que Miyazaki tiene oportunidad de detenerse aquí mucho más en el objeto simbólico, concretamente en el que se refiere a la maternidad, a la naturaleza como madre, como nos sugiere la "vagina" gracias a la cual la pequeña Mei entra por primera vez al mundo de Totoro, a través de un simbólico útero conductor, también presente de alguna forma en "Alicia en el País de las Maravillas", y que años después Guillermo del Toro emularía en "El laberinto del Fauno". Un carácter maternal de la naturaleza que también quedará patente cuando Mei se pierde en un intento desesperado de ir al hospital donde se encuentra su madre y se detiene frente a unos ídolos de piedra que representan figuras protectoras, en este pasaje Miyazaki transmite la sensación de que Mei no está desamparada en ese momento.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿este articulo no existiá ya?