11 diciembre, 2007

CHICHANDO (1 DE 2)



LA RESIDENCIA

Esta película de 1969 es una joya del terror patrio. Y existen no pocos motivos para semejante afirmación; el más evidente de ellos es el hecho de qué persona está detrás de las cámaras: el gran Narciso Ibáñez Serrador, “Chicho”; sinónimo de calidad en la realización de obras de ambiente siniestro e incómodo, temas reflejados a la perfección en esta angustiosa película.

El film está ambientado en una antigua mansión de la Provenza francesa, lugar de bonita naturaleza y espléndido sol, nada más contrapuesto al ideal profundamente oscuro propuesto en la cinta, es lo que tiene Chicho: la búsqueda del contraste como medio ideal para la reflexión (ésto más claramente expuesto en su posterior “¿Quién puede matar a un niño?”), una reflexión vital ambientada en un lugar tan aparentemente idílico como majestuoso; pero nada más lejos de la realidad: una vez adentrados en los recovecos de este viejo caserón ya nada será igual: la luz, en todos los sentidos que se le quieran dar al término, ya no volverá a aparecer…

Así, la historia comienza con la llegada (magnífico el plano con el cual acaban los créditos: el candado del recinto cerrándose, muy indicativo de lo que se verá más tarde…) a esta mansión, que sirve de residencia a chicas con problemas de educación y derivados, de una nueva inquilina: la angelical Teresa. Una chica que parece no haber roto un plato en su vida y que, en cambio, es traída a este lugar para así reformarla. Y es que de “reformas” (nunca mejor puestas las comillas) sabe mucho la señora Fourneau, la institutriz de la residencia. Espléndida interpretación de Lilli Palmer para dar vida a esta conservadora, estricta y dominante mujer; perfectamente trazada por el director desde su primera aparición: dictando un texto acerca de Molière y el reflejo de caracteres en su obra, creando así un paralelismo de personalidades entre la mujer y el escritor: a la vez que se nos define al mismo, se nos define a la institutriz; y es que cuál mejor manera de “esbozar” el carácter de alguien que empezando por mostrarle haciendo un dictado a una concurrencia…

En el arte de la sugestión y el suspense existen pocos como Chicho, y es que en estas primeras secuencias del film, cuando la regidora enseña la mansión a la nueva chica, se nos dan ya pequeños y punzantes momentos de terror (a los cuales ayuda, por supuesto, la excelente música ambiental): una mano que aparece por allí, una puerta que se cierra por allá, un tiesto que se cae por otro lado…todo esto en una atmósfera aparentemente de lo más tranquila y cuando el film aún no ha acabado de arrancar, avisándonos así el director de que el ambiente que seguirá no será precisamente de ese estilo y que, probablemente, el personaje de la chica no lo pasará muy bien en estas sus nuevas estancias. Una excelente declaración de intenciones.

Pronto conoceremos a otros personajes relevantes en la historia, como Irene, la protegida de Fourneau: su prolongación en las residentes, la (atractiva, por qué no) “señorita de hierro”. A destacar, ineludiblemente, la secuencia de la primera cena de Teresa junto a sus compañeras: ese plano en el cual la cámara va aproximándose poco a poco hacia Irene, que come una manzana con inigualable osadía y superioridad, resulta poco menos que avasallador en la descripción de la personalidad de ésta; quedando claro quién es la chica a temer (y a odiar) por parte de la inocente y bondadosa Teresa y el resto de sus compañeras. Además, posteriormente, esa superioridad en este caso psicológica, se manifestará superioridad física mediante otra crispante secuencia en la que Teresa es humillada por Irene de manera aberrante.
Igualmente espléndido pero, me temo, mucho más cruel y sádico, es el momento del azote a una desobediente residente, su “pecado”: no querer copiar el dictado de Fourneau, o, lo que viene a ser lo mismo, rebelarse contra la jefatura y mando de la institutriz, obteniendo como resultado una malsana secuencia lésbico-sadomasoquista de igual magnetismo y repugnancia, remarcada por una excelente fotografía oscurantista, dejándose de esta manera a las claras la idiosincrasia de determinadas personalidades. Además, y para acentuar aún más el poderío y deísmo de la institutriz sobre las residentes y sus comportamientos, se muestra esta misma parte montada en paralelo junto con otras imágenes en las que, a la vez que la rebelde es azotada, las demás residentes rezan el padre nuestro para no ser castigadas por “dios”…

Pero aún queda un personaje clave más: el escondido hijo de la institutriz, Luis. Recluído en una habitación de la parte superior de la mansión por orden y castigo de su madre, se nos muestra a un chico con ganas de vivir e imposibilitado a ello, con ganas de relacionarse con las chicas y vetado a la única relación posible que le queda: la más que proteccionista materna, cuyo yugo pesa en forma de imposición: “ninguna de esas chicas te conviene; algún día encontraremos una mujer para ti, una mujer que te quiera como lo hago yo…”, le dice. De esta manera, se forma un ser que sólo es capaz de vivir “retales” de vida, trozos sueltos e inconexos formados a su manera, incapaz como le ha sido impuesto de formar uno solo y coherente…

La película avanza inexorablemente y los sucesos se desencadenan sin remisión: el terror y el componente sexual desvirtuado (muy presente e importante a lo largo de todo el film) se hacen cada vez más evidentes e imponentes. A este respecto existe otra magistral secuencia en la que las chicas van a ducharse. Lo tienen que hacer vestidas y con un fino y transparente atuendo, a la vez que la recta institutriz se pasea mirando y controlando la situación, dictando los tiempos y los errores. Se crea así un ambiente de excitación, morbo y, sobre todo, sexualidad reprimida cumbre en la película.
Servidor es una de las escenas más abiertamente lésbicas y de auto-censura y represión sexual que haya visto. Todo esto con la presencia del coartado Luis haciendo de “voyeur” invisible y atrapado, como cual cucaracha que observa y pasa desapercibida.

Uno de tantos otros aspectos remarcables de la película es la gran fotografía de Manuel Berenguer, que consigue reflejar fielmente esa atmósfera opresiva y hostil general en el film mediante el uso de tonos oscuros y apagados, dejando los claros básicamente para exteriores y secuencias interiores concretas como, por ejemplo, la mencionada de las duchas, primando en esta ocasión los cálidos, que se adaptan adecuadamente con el momento. No se puede ni se debe obviar tampoco, por supuesto, la extraordinaria banda sonora de Waldo de los Ríos, que en ocasiones crea sensaciones realmente angustiosas y cargantes, acordes al sentido de la cinta.

No podré terminar este comentario sin dejar de remarcar las extraordinarias secuencias de asesinato presentes en la película. Me es ineludible puesto que ahí es donde, verdaderamente y por encima de cualquier otra cosa, queda expuesta la absoluta maestría de Chicho en el arte de crear terror y angustia. Ambas son consecuencia de un cuchillo. En la primera de ellas la víctima anda pululando desprevenida cuando, de repente, aparece por detrás y por un momento la sombra del asesino; instantes después el fatal cuchillo se clava infaliblemente en la víctima en varias ocasiones, mostrando apenas sangre y sí la expresión desencajada del apuñalado, reflejada en el cuchillo; todo esto con una ralentización de la imagen. La secuencia va acompañada del motivo musical principal del film, una suerte de canción a la par melancólica y triste, por lo que adaptada a este momento nos traslada la pesadumbre de la víctima y su sentimiento de final, con la peculiaridad de que en última instancia, cuando se asesta la puñalada definitiva, el tema se desvirtúa y suena por un momento como rayado, dando así por finalizada la secuencia y también una vida. Algo magistral y fuera de lo normal.
En la segunda, un personaje intenta escapar de la mansión cuando, justamente en el momento que la música va “in crescendo” tensionándonos aún más, aparece la mano que abre la puerta a través de la cual entra el asesino; entonces la cámara vuelve a enfocarnos a la temerosa y desesperada víctima para que, un segundo después, vuelva a aparecer la mano que anteriormente había abierto la puerta, esta vez sujetando el cuchillo que siega el cuello del desorientado, quedando congelada en ese momento la imagen y sonido durante un par de segundos. La sensación de desasosiego, pesimismo y entristecimiento en el espectador queda marcada a fuego. Sencillamente antológico.

En fin, se podrían comentar muchas cosas más (como por ejemplo su grandioso, sorpresivo, degradante pero consejero final), sin embargo seguirían siendo insuficientes para hacer mérito a esta obra maestra del cine de terror nacional. Quizá se podría mencionar como aspecto negativo ciertos abusos en la caracterización de algunos personajes, pero aún así no es algo que pueda restar importancia a la calidad del filme. Y es que Chicho es mucho Chicho.

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