21 diciembre, 2007

ARREBATO, O EL VAMPIRISMO EN LA IMAGEN




Iván Zulueta, director de esta obra maestra del cine español, se interesa desde pequeño en el arte en general y en la estética pop en particular. Rodeado siempre de gente inmersa en el terreno cultural (su padre fue director del festival de cine de San Sebastián; tiene como profesor a José Luis Borau, una de las figuras del cine español de siempre;…), se especializa en el diseño de carteles, creando las imágenes de algunas películas importantes de nuestro cine, como “Viridiana”, de Luis Buñuel, o “Furtivos”, del citado Borau, así como algunos carteles para varias películas de su amigo Pedro Almodóvar (he aquí parte de la “conexión” entre ambos autores, más allá de las posibles coincidencias temáticas, en menor medida estilísticas, en sus películas).

Nos encontramos, por tanto, ante una persona sin lugar a dudas inquieta, con la necesidad de crear, pero cuya obra en cuanto a lo relacionado con el cine se refiere no es todo lo prolífica que un admirador suyo desearía: realmente sólo tiene otro largometraje además del que comentamos, “Un, dos, tres, al escondite inglés” (1969), y unos cinco cortometrajes. ¿Por qué es esto así? Dejando a un lado la inequívoca independencia (en todos los sentidos) de sus trabajos, que le dificultan sobremanera llegar a un público amplio (y, por ende, a un productor razonablemente emprendedor), el problema, o problemón, ante el que se topa es a todas luces (re)conocido: drogas. La consumición y adicción le resultan inevitables en aquel ambiente en el que todas las nuevas posibilidades estaban al alcance de la mano (y no en menor medida para él…), y en el que se tienen las ganas de “probar” y experimentar lo desconocido, lo inalcanzable hasta ese momento. Y, precisamente, de las drogas y de otras adicciones se habla en “Arrebato”, envolviéndose así realidad y ficción de manera irreversible y quedando el espíritu del instante muy presente en el film.

Porque, sí, “Arrebato” es una película sobre la adicción y sus riesgos; oscura a menudo, optimista y feliz en algunos momentos, inquietante siempre, absurda y surrealista a ratos, y terrorífica al final, muy próxima al más gélido escalofrío. Pero, ante todo, es una película, dejémoslo meridianamente claro, rara, muy rara, que apenas encuentra parangón internacional (quizás un David Lynch podría asomársenos al pensamiento, pero no debemos olvidar que éste realizó su debut en el largo con “Cabeza borradora” justo al tiempo que nuestro Iván rodaba su rareza…; ¿coincidencia caprichosa del destino, el juntar a dos genios con similares inquietudes artísticas, en un mismo tiempo?), y que resultó incomprendida para el público de la época y fue apenas valorada por ciertos sectores críticos, siendo muy difícil de ver desde entonces (algún pase aislado sin más en algún festival), forjándose por tanto una fuerte estela de película de culto que ha permanecido con el paso de los años. Por fin su edición en DVD, por parte del diario “El País”, permitió su deseado (re)descubrimiento.

Resulta poco menos que un despropósito el contar su argumento, pero se intentará: José Sirgado (Eusebio Poncela) es un director de cine (de cine, por decirlo de alguna manera, también “raro”) que se encuentra en una crisis, se intuye creativa, pero sobre todo personal y sentimental. Continuas broncas y desapegos con su pareja Ana (Cecilia Roth) le traen por el camino de la amargura, a lo cual hay que añadir su enganche a la heroína, así como, por si fuera poco, la inquietud que le supone el recibir paquetes de un antiguo conocido admirador suyo que se hace llamar Pedro (Will More), obsesionado con el medio cinematográfico y su perfección. Todo lo que pudiera contar a partir de aquí carecería de un sentido más o menos decente, puesto que la película deviene en una espiral de rareza, inquietud, terror, fascinación, o, en resumidas cuentas, cuelgue (una palabra que le viene muy al pelo) de mucho cuidado; sin embargo, comentaré las que, a mi modo de ver, son sus líneas más destacables.

La película contó con un muy bajo presupuesto (el mismo director ha reconocido que lo calculó exactamente en función de los rollos de celuloide que utilizaría), y durante el rodaje parece que existió un colegueo muy “sano”, donde todos eran amigos. Esto, unido al personal mundo creador de Iván, dio como resultado una película donde se puede palpar el espíritu a todas luces independiente en el que se forjó; un mundo completamente nuevo y, sobre todo, muy extraño y misterioso, al cual no podemos dejar de mirar, absortos por las tibias imágenes que pasan fugaces ante nuestros atónitos ojos.

Este particular asombro nos lo brindan en bandeja los personajes, haciendo mención especial al interpretado por Will More, Pedro, la muestra perfecta de lo que es un “freak”: un personaje genuinamente raro, extraño, pero igual de fascinante, por cuanto la, en principio, incomprensión de su mundo particular se nos plantea; sin embargo, poco a poco y a medida que avanza la historia, cada vez se nos “acercará” más, brindándonos así la posibilidad de sonsacarnos un cierto “cariño” hacia él. No deja de ser un personaje aislado en sí mismo, incapaz de adaptarse al convencionalismo de la vida tal cual, que se niega a acatar los síes ortodoxos de la existencia para poder evadirse hacia lo que él más ansía en su vida: el cine y el intento más próximo posible de atrapar con su cámara la esencia del mismo. Pero para mí no es un loco, en absoluto; es más bien un apartado (en esta ocasión casi por sí mismo, por decisión propia) que busca “la verdad”, su verdad. No deja de resultar curioso, a este respecto, que cuando se mete coca al cuerpo, salga de su estado infantil para presentársenos como una persona más o menos razonable, capaz de emitir y valorar juicios ajenos… Evidente metáfora planteada por Zulueta, rebelde siempre. Por cierto, que por lo que se ha podido saber, el propio Will More no distaba mucho de su propio personaje en la película, de hecho fue una elección personal de Zulueta, amigo suyo, que siempre lo vio en el papel y no se imaginaba a otro que pudiera interpretarlo mejor…; de nuevo aparece aquí la fina película separadora de ficción y realidad.

Y la valoración de Pedro nos lleva irremisiblemente a la comparación con su admirado José Sirgado (Poncela), puesto que éste también busca “algo” en el cine, intentando hacer películas de manera más o menos personal pero no obteniendo nunca nada; o al menos no se nos da la impresión de que sea feliz con ello, apareciendo apático y decaído desde el principio. Al contrario que Pedro, José es incapaz de evadirse a su mundo particular con lo que hace, aunque ese mundo pudiera derivar en algo aparentemente absurdo y banal, y por ello no tiene otra salida que la autodestrucción que le supone la heroína. Pero es justamente cuando recuerda su encuentro con Pedro (a través de la prima de éste, y amiga suya, interpretada por la siempre entusiasta Marta Fernández Muro), en una casa en el campo a las afueras de Madrid -simbolizándose así una posible vía de escape, o libertad-, cuando comienza su progresiva inquietud y fascinación hacia él y su universo particular, así como hacia su visión y obsesión por el cine, llenándole de alguna forma, dándole que pensar, y preocupándole también sobre lo inexplicable del contenido de las cintas que le envía…

La película roza la ciencia ficción cercana al terror por momentos, como cuando conocemos a Pedro y éste es capaz de “arrebatar” no sólo a José ante una serie de imágenes aceleradas en una pantalla de televisión, sino también a nosotros mismos, al espectador, alucinado ante lo que observa, inquieto y cuestionado sobre ese ambiente enrarecido constantemente respirado en el film; una de tantas muestras sobre la capacidad de seducción de esta película, de puro hipnotismo ante sus imágenes (muchas veces a priori inexplicables, pero siempre verdaderamente fascinantes).

Pero no todo es misterio y cripticismo aquí, también existe el cariño más puro. La contemplación sincera, el disfrute despreocupado y feliz, aparecen claramente reflejados en algunos de esos momentos de arrebato que nos brinda el entrañable Pedro. Momentos como la fascinación de José ante el álbum de cromos de “Las minas del rey Salomón”, o de Ana (C.Roth) ante un sencillo muñeco de Betty Boop (convirtiéndose posteriormente en ella y brindándonos un baile muy especial y sintomático sobre la ilusión y optimismo natural del personaje), o del mismo Pedro cuando corretea entusiasmado y alegre alrededor de su cámara tomavistas del paisaje soleado; instantes que nos remiten a la infancia, a la pureza y al corazón mismo de los personajes. Es el optimismo del que hablaba anteriormente, no todo es negrura.

Aunque al final sí es cierto que todo resulta muy negro, negrísimo. La progresiva consumición de los personajes se hace cada vez mayor, obcecados por el medio fílmico y sus más profundas entrañas, llevándonos a momentos a la par inexplicables y terroríficos. Imágenes que nos cuestionan acerca del propio medio, de su capacidad de vida propia, de la toma de partido del propio cine; un ejercicio de metalenguaje auténtico llevado al extremo, al límite de lo concebible y tolerable para el espectador, que sufre ante lo que ve, cuestionándose si se lo cree o no, pero que, sobre todo, permanece increíblemente perplejo, retenido, absolutamente arrebatado ante la pantalla, cual José Sirgado ante la inefable cámara en los instantes finales. Es entonces cuando cobra pleno sentido la famosa frase pronunciada por él al principio de la película, ataviado con unos prominentes colmillos postizos: “no es a mí a quien le gusta el cine, sino al cine a quien le gusto yo”…

Una exploración, en definitiva, de la imagen y su impacto en el vidente, de su efecto fascinador e inquietante, de su intrínseco sentido ambivalente. Y una exploración nada convencional, absolutamente despeinada de todo, al margen, radical, independiente; libre, al fin. Un cine que permanece fresco con el paso del tiempo, un cine necesariamente distinto para salir de la vulgaridad comercial estandarizada -en menor medida entonces; de manera lamentablemente presente y constante ahora-. Una película de merecido culto. Cine atrevido a crear.

Roberto García-Ochoa Peces

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