06 marzo, 2008

CRITICANDO


“Tuyo es el poder, tuyo es el espacio en el papel”, vomitaba Evaristo, el de La Polla, cuando no era La Polla, sino la Polla Records (hablamos del 84) y sus huestes se divertían oyéndole proferir exabruptos (en forma de munición verborreíca), aquí dirigidos hacia un colectivo, el de los críticos musicales (“eres una especie de diosecillo“), con una opinión bastante limitada sobre el punk reivindicativo patrio de mediados de los ochenta… Más sutiles pero igualmente contundentes, se mostraron los animadores de la PIXAR con los críticos culinarios de Ratatouille, a los que otra rima de La Polla les seguiría haciendo justicia: “Y si desayunas mal en tu guarida, lanzas tus serpientes contra todos”. Brad Bird dibuja a un crítico retraído y adusto, adicto a la nostalgia y a la soledad, embebido de esencias pérfidas y de otros epítetos altisonantes, siempre dispuesto a etiquetar y catalogar el trabajo ajeno exigiendo de los demás una excelencia cuya servidumbre no desearía ni para sí.



Ambas reflexiones atacan al crítico pero no a su trabajo, olvidando que la Crítica, como concepto, no es sujeto sino objeto, y por tanto, controvertible y cuestionable, no precisamente por las personas que lo enuncian sino por el resultado último de dicha enunciación.



Yo no tengo tantas dudas: La crítica es literatura, un subgénero, menor y subsidiario, que necesita de la existencia de una obra pública para tener sentido… pero que existe y tiene sentido por si misma, por su propia naturaleza y alcance. De igual modo, puede y debe ser disfrutable independientemente de las bondades o defectos de la obra comentada. Y, además, como todo ejercicio literario que se precie de serlo, la crítica debe estar a su vez sometida a un enjuiciamiento por parte de aquel que la lee.



Ahí comienzan las disonancias.



Los críticos, generalmente, no se ofenden si alguien debate sus enunciados; aluden al gusto y regatean; los más viscerales citan la metáfora del culo: “el gusto es como el culo, todo el mundo tiene uno”. Pero lo que no soporta un crítico es que alguien se meta con su estilo. Y lo cierto es que la mayoría de los críticos no tienen estilo. Y que a todos les cuesta a hacer literatura.



Para evitar ser carne de cañón de puristas literaturófilos algunos críticos no hablan de si mismos como escritores sino como periodistas y juzgan el resultado de su trabajo como un ejercicio periodístico, es decir, un oficio y en base a él se dedican a recitar opiniones, a modo de directrices, sin apenas substancia literaria y mucho menos personalidad. El crítico-periodístico se debe a sus lectores, no como potenciales consumidores de literatura, sino como espectadores que necesitan a alguien que les guíe: no importa tanto la opinión del escritor sino que alguien les motive o no para ir al Cine. Y eso mismo demandan de él aquellos que le siguen. Los espectadores, por alusiones, no exigen otra cosa del crítico que compatibilidad de gustos: nada de literatura ni de creación artística. Se parte de la base de que sí coincide con mi gusto está bien dicho. En este entendimiento, limitado y conformista, es el propio espectador el que debe sentirse estafado de la pérdida del gran potencial literario que encierra una buena crítica.



Pero, ¿cuál es la buena crítica?



La crítica de cine, en el sentido aludido, se define como literatura derivada (derivada, ya lo he dicho, por su dependencia respecto de otro trabajo artístico) que por si misma tiene sustancia y personalidad propia, reconocible para el lector, y satisfactoria para el espectador, independientemente del contenido subjetivo de la misma. Debe poseer un estilo medido y un lenguaje cuidado, participar de las vanguardias creativas y ser original. Debe ser subjetivo porque el arte es subjetivo (esto no debería escandalizar a nadie); y debe ser universal, es decir, debe dirigirse a una comunidad amplia de lectores, incluyendo a los que han visto la película (porque encontrarán en el texto motivos suficientes como para volver a revisarla atendiendo a los dictados de esta perspectiva original y recurrente) y a los que no la han visto (porque encontrarán en el texto estímulos suficientes como para acudir al visionado de la obra sobre una base reflexiva y lúcida).



El crítico debe aceptar que su trabajo debería subsistir incluso al margen de la valoración de la película, porque ese trabajo, la crítica resultante, es un ejercicio de estilo peculiar, particular y personalísimo, un trabajo creativo; por tanto, un producto tendente a sobrevivir al paso del tiempo, objeto de estudio en años posteriores e, incluso, gozoso en términos literarios.



Ahora bien, ¿cúanto ha de saber el lector?



Incluso el crítico más refinado necesita conocer la naturaleza de sus lectores potenciales. Es habitual encontrarse con expresiones excesivamente técnicas o con referencias sumamente elitistas que sabotean el mensaje que finalmente llega al receptor. Estos obstáculos de canal, evitables por parte del emisor pero que forman parte de su estilo, pueden crear interferencias en el mensaje comunicativo que pueden llegar a ser permanentes en función del grado de aceptabilidad del lector. Dicho de otro modo, hay lectores potenciales a los que este elitismo verborreíco les provoca un salpullido ingobernable…



Para superar estos inconvenientes, hay quien aboga por la obligatoriedad a la hora de explicar el sentido de estos tecnicismos y otros por provocar al lector para que resuelva las dudas planteadas acudiendo a la búsqueda de recursos externos...



El término medio esta vez no lo define lo asertivo sino la amenidad. Uno puede ser dogmático pero también fluido y ese debe ser el objetivo. Lo ameno vuelve a emparentar al texto crítico con su raíz literaria: más y cuando se acompaña de giros retóricos y explicaciones diversas, no necesariamente explícitas, haciendo uso de la sugerencia, la referencia histórica o el recuerdo audiovisual del propio receptor del mensaje. Se trata, pues, de enriquecer el concepto de la crítica, sí, pero sin olvidar cuál es su naturaleza y cuáles son los lectores a los que se dirige. Y sobretodo…





En resumen, ¿qué?



El texto crítico ha de estar cuidado: no basta con dar una opinión y razonarla, sino hacerlo de un modo que pueda ser disfrutable más allá de su oportunidad. Sí, porque la crítica es oportunista: depende de la actualidad, lo cual también nos indica que es fruto de su tiempo y, por lo tanto, también ofrece testimonio de él. La crítica de cine ha de tener, además, un valor retórico y, por tanto, ha de estar sometida al juicio crítico de aquel que la lee y disfruta. Por todo ello, ha de sobrevivir al paso del tiempo y ha de tener una entidad propia lo suficientemente sólida como para adquirir la cualidad de un producto literario. Cualidad que puede alcanzar sólo si los autores y los editores así lo quieren.



¿Por qué?



Porque crítica es Literatura, ya no lo digo más.





J.P.Bango

4 comentarios:

Escarlatína dijo...

eso ultimo me molò mucho.
Casi tanto como el encabezao de tu blog. Mu bueno.

Tanto gusto en conocerte :)
Saluos!!

Roberto A. O. dijo...

Coincidimos maestro, coincidimos. Bien lo sabe usted.

Saludos

Nacho dijo...

Que cierto todo lo citado en este artículo. La crítica es literatura y debe esforzarse por serlo y que poquita gente se acuerda de esto al hacer críticas.

Encantado y de acuerdo con todo lo que se dice lo linkeo en mi blog, al que te invito a pasar. Éste a partir de ahora estará dentro de los blogs que merecen la pena leer.

José Manuel López dijo...

Pues muy de acuerdo. Qué difícil es hacer una crítica, buena o mala, y qué sorprendente resulta cuando te das cuenta de que, por mucho que te pegues con "el espacio en el papel", la muy hijaputa al final sale sola, sin contar contigo y con una sonrisa de medio lado. Así que discrepo con La Polla: el poder no es mío, es suyo (de la crítica).

Y esto ya es una filia personal, pero mientras leía el texto repetía una y otra vez: Daney, Daney, Daney...