- Introducción a la supervivencia.
Con sólo dos películas y dos cortometrajes en su haber, este “joven” director canario, de 39 años, se ha ganado un cierto prestigio no sólo a nivel nacional, sino también internacional. Ya en su debut hace once años, con el cortometraje “Esposados”, obtuvo un reconocimiento nada desdeñable: la nominación al Óscar (primero español, además, en contar con este honor). Aun sin premio, es una buena manera de comenzar cualquier carrera y marcar, de esta manera, una labor a seguir. “Intacto” (para el que suscribe, lo mejor salido de su, por el momento, escasa filmografía) no hizo más que corroborar que un nuevo talento español había emergido, recibiendo varios premios por el trabajo, entre ellos el Goya al mejor director novel. Un año después, en 2002, realiza “Psicotaxi”, curiosidad sin más, pero ha sido con su última película, la gran producción “28 semanas después”, con la que el gran público lo ha “reconocido”, en el sentido de que no todos los días el espectador tiene la oportunidad de ver, en los títulos de crédito, un “Directed by” acompañado de un nombre español en una producción de tal calado comercial. Film, además, que le ha supuesto el gran salto al estrellato fuera de nuestras fronteras, ya que es de esperar, visto el aceptable resultado obtenido tras este irregular pero a la vez arriesgado trabajo -donde por primera vez ha debido encarar unos mecanismos de producción más ostentosos de lo que estuviera acostumbrado-, que sea capaz de sobrevivir en las altas esferas y sea propuesto para facturar nuevos ¿productos? por la gran industria (de hecho, parece que la productora Dreamworks ya le ha contratado para realizar su próxima película). Deberemos esperar para comprobarlo, pero de lo que no cabe duda, visto lo visto, es que este español tiene la capacidad de brindarnos trabajos a tener en cuenta. Veamos el porqué de esta afirmación.
De cada una de las cuatro realizaciones del director se puede extraer una lectura de supervivencia, si bien a distintos niveles, concepciones y resultados. Supervivencia autoral, del director en relación al medio y las posibilidades que este ofrece, y supervivencia factual, de resultado material e intrínseco a la historia particular ofrecida por cada trabajo. Como no podía ser de otro modo en una persona con inquietudes fílmicas que van más allá del mero entretenimiento, existe una evolución; sin embargo es una evolución, en mi opinión, entrecortada, por cuanto nos ofrece su tercer trabajo, el insignificante cortometraje “Psicotaxi”, una obra realizada inmediatamente después de su gran trabajo, “Intacto”, y tras una primera aproximación a los trabajos de breve duración como es “Esposados”, una muy digna aproximación al cine negro enredado de la comedia más tradicional española. Es por eso que su obra no puede ser valorada de igual manera que si, por ejemplo, el mencionado “lunar” hubiera estado situado en su debut filmográfico, su lugar lógico y razonable, por otro lado. Quizás no se tratase más que de un capricho puntual hecho para un determinado festival en un contexto de cierta urgencia, pero no por ello deja de estar ahí, y la manera en que se sobrevive a través de él no es la acorde -ni tanto a nivel del realizador como de su trabajo- con sus dos anteriores y excelentes propuestas, quedando relegada a un merecido segundo plano. Más allá de este “detalle”, lo que nos queda son otras tres obras que habrá que situar muy bien en cada una de sus respectivas fases para poder llegar a entender y valorar con justicia el camino emprendido por Juan Carlos.
- Fase primera: supervivencia cotidiana.
En primer lugar, como ya ha quedado dicho, “Esposados”, su divertido y a la vez oscuro primer cortometraje. En el formato corto queda patente la supervivencia más primaria del director, el necesario viaje iniciático donde plasmar sus primerizas inquietudes, donde foguearse y entrenarse para metas mayores. En cuanto a la narración, está en consonancia, como no podía ser de otro modo: se trata aquí acerca de la supervivencia más habitual y conocida por todos nosotros, la de una pareja con recursos económicos más bien escasos (los habituales en la España, se supone, del último cuarto de siglo), obligados a pelear contra la rutina diaria y entre sí mismos, destinados a soportarse indefinidamente cuando no es el deseo real individual, todo ello enmarcado en un ambiente de lo más gris, fielmente capturado por una gran fotografía en blanco y negro.
El género negro en su vertiente de film de atracos pronto queda mascullado por la comedia cañí más nuestra, más reconocible, más auténtica. Antonio es el hombre amargado y resignado que quiere el dinero que le proporcione una inmediatez a la hora de realizar cualquier cosa siempre deseada, como un viaje por ejemplo, y por ello trata de obtenerlo, a hurtadillas, de su propia casa…; Concha, por el contrario, es recta y disciplinada, sin mucha alegría aparente, y encargada de mantener ese escaso margen de orden posible en una situación vital tan rutinaria; roles, como se ve, de lo más prototípicos, adecuados sin embargo a la historia y sus necesidades dramáticas. Pero todo puede cambiar en la vida, y siempre hay factores externos que pueden acarrear un cambio de “nivel”, otra forma de encarar la existencia, la supervivencia diaria; uno de ellos es la suerte, factor clave que proporciona el giro a todo en esta historia, y tema principal y omnipresente de “Intacto”, siguiente trabajo del director (¿enlace de autor, quizás?).
Así, la forma de vida cambia, pero la vida en sí misma es difícil que acompañe a lo primero: los comportamientos, las obsesiones, los sueños, las tristezas, permanecen irremediablemente, y no menos para nuestros protagonistas: Antonio mantiene intactos sus sueños, que creemos por un momento reales gracias al inteligente montaje, pero da de bruces con su mujer, que prefiere la cercanía de las fiestas más típicas. De esta manera se llega al final, donde se enlaza una negra secuencia brillantemente ejecutada a nivel visual, con todos los elementos en concordancia al hecho -pesada lluvia, puntillosa oscuridad, primeros planos apremiantes,…-, con, de nuevo, la comedia, pero esta vez produciéndose un choque de lo más penoso y triste, muy en relación al carácter del personaje, y que remarca sin duda el aciago destino de nuestros simpáticos amigos conyugales, como no podía ser de otro modo. El final recurre al sueño mostrado con anterioridad, haciéndose así gala de una ironía muy desesperanzadora, impresión general que recorre todo este interesantísimo primer trabajo, que no hizo más que abrir la veda hacia unas pretensiones y obsesiones más y mejor ampliadas en la fabulosa “Intacto”.
- Fase segunda: supervivencia refinada.
Tuvieron que pasar cinco años desde el simpático fatalismo de ese primer trabajo de Fresnadillo para que nuestros ojos pudieran ver su siguiente, el ya mencionado “Intacto”; ese largo período de tiempo puede ser una buena prueba de la exhaustiva preparación de la película, y es algo que sin duda queda reflejado en el resultado final. Producción muy seria en todos los sentidos -desde el reparto, que incluye a un actor de la talla de Max von Sydow y a otros grandes nombres como Eusebio Poncela o Leonardo Sbaraglia, todos ellos magníficos, hasta el refinamiento visual de gran calado del que presume la cinta-, todo en ella va un paso más allá, comportando una complejidad, que no complicación, en cuanto a todas las sensaciones que puede llegar a generar, que hacen que no deba ser tomada, para nada, a la ligera.
Ya la misma historia nos pone sobre aviso: en el mundo existen personas con el “don” de robarle la suerte a otros, premisa que es llevada a cabo con el sencillo gesto de tocar a la otra persona. En esas se ve envuelto, de manera imprevista, Tomás (Sbaraglia), único superviviente de un accidente aéreo. Y de ello trata de aprovecharse Federico (Poncela), persona que retuvo ese “don” tiempo ha, pero que le fue arrebatado por Sam (Sydow), el “Dios” de todo este embrollo y regente de un casino en medio de ninguna parte (aislada y fría localización en el Valle de Ucanca, Tenerife; y aséptico, gélido decorado el lugar donde habitualmente le vemos aparecer, muy adecuado a la figura que representa), lugares apropiados donde decidir la suerte de los demás. Y es que de esto último se trata: de jugar, traficar, incluso morir, con la suerte de los demás, un juego peligroso de no pocas relevancias morales en el que se adentra Tomás de la mano de Federico, debido a la necesidad de aquél de huir -es un prófugo de la justicia-, centrada su persecución en el personaje de Sara (Mónica López), poseedora de un pasado impactante. Queda claro, así, que cada personaje juega un papel muy representativo dentro de la historia: Federico es el fracaso y las ganas de revancha; Tomás, la inocencia que poco a poco va descubriendo y controlando su propio poder; Sara, la amargura existencial debido a un pasado traumático y doloroso; mientras que Sam es la figura enigmática, demiúrgica, de la historia, y del que, al final, descubriremos que el origen de su poder es más sencillo (aunque terriblemente trágico) e imprevisto de lo que podríamos haber supuesto.
Imágenes icónicas -acompasadas, por cierto, de una música no poco inquietante y bien sopesada- recorren la película, como cuando se roba la suerte mediante una mano que toca a otra, o con un abrazo más o menos efusivo (magnífica la secuencia donde se escogen unos “cautivos”, personas normales y corrientes que se venden al experimento por un billete, sin saber, pobres, a lo que se exponen, anonadados ante los arrumacos que les dan los jugadores, apostantes de dinero con los ojos vendados -reverberación de simbolismos aquí-; todo ello en una culminación de lo más extraña y oscurantista a los ojos del subyugado espectador), o en la primera prueba para Tomás, cuando tendrá que depender de que un revoloteador insecto verde se pose en su cabeza para no perder uno de sus dedos, deparándonos una de las secuencias más magnéticas y atrayentes del film, o en la posterior y estupenda secuencia del bosque, donde cada participante ganará o se dará de bruces (nunca mejor dicho) con la cruda y dura realidad, o, por supuesto, en los geniales duelos entre Sam -que inicialmente se nos presenta con la cabeza cubierta, en un nuevo ademán de acrecentar su figura de poder fáctico y oculto- y la persona que ose retarle, mediante el juego de la ruleta, con un único agujero vacío en el cañón de la pistola… Todo ello, junto a las tan importantes fotografías, perpetuas imágenes del pasado que ofrecen uno de los pocos asideros melancólicos al espectador, así como la idea que reluce al final de que el origen de la suerte de cada individuo tiene una relación directa con el sentimiento de amor personal y verdadero (léase de aquí el origen del “poder” de Sam, la causa de que no muriese en los campos de concentración, así como el de Tomás, en relación a su novia, y la “suerte” de Sara, con respecto al momento del accidente), conforma un denso film donde la supervivencia ya se ha vuelto, por todo lo descrito, adulta y refinada, así como estilizada formalmente hablando. En cuanto al autor, creció definitivamente, y ya no necesitaría de los cortometrajes para su quehacer diario; sin embargo volvió a hacer uno…
- Fase tercera: la supervivencia del espectador.
Porque del año siguiente (2002) data “Psicotaxi”. Aquí no me extenderé mucho: la cámara, en mano, acompaña al inefable gurú del misticismo y las ciencias ocultas Alejandro Jodorowsky en un pequeño trayecto hacia su hotel, contándonos él algunas experiencias vitales de dudoso honor y alguna lección ¿filosófica? de la vida. En mi opinión son tres minutos de viaje hacia ninguna parte, porque si bien es un personaje a todas luces interesante y con mucho que aportar, ni el metraje, ni el formato, ni la realización dan para más, por lo que queda como una sencilla curiosidad. Quizás su irrelevancia quiera estar en consonancia con el personaje y no sea más que eso; quizás sea justo todo lo contrario y mi mente no llegue a captar tal nivel de reflexión abstracta. En cualquier caso, la supervivencia aquí es la nuestra, sin lugar a dudas.
- Última fase: supervivencia extrema.
Y por fin llegamos al final. Estrenada el mes pasado, julio de 2007, y tras otros cinco años de sequía, llegó a nuestras pantallas “28 semanas después”, secuela de “28 días después”, películas de género con un presupuesto ya considerable. Y volviendo a mi tesis acerca de los postulados del director, aquí la supervivencia alcanza su grado máximo y más explícito, que se hace evidente tanto a nivel de lo que se nos cuenta -es ésta una agresiva película de zombis centrada en una familia que debe apañárselas como mejor pueda para sobrevivir a tan elevada amenaza-, como fijándonos en cómo se nos cuenta, donde Fresnadillo debe ejercer de maestro de ceremonias bajo las imposiciones de una producción hecha para el gran público y con la necesidad, por tanto, de saber equilibrar la débil balanza que oscila entre lo aprendido de sus trabajos anteriores y su gusto personal por una determinada manera de hacer cine, y las preferencias y clichés establecidos más someramente entre el cine de entretenimiento más banal y superfluo, costumbres y tipologías, estas últimas, muy arraigadas en la cartelera actual. Difícil tarea de la que sale, como alguno mismo de los personajes de su película (y es que el símil me parece perfecto) vivo, pero con secuelas.
Un ejemplo sintomático no tarda mucho en salir a relucir, en una de las primeras secuencias del film: la manera de rodar el primer ataque de los enfurecidos y enrabietados zombis a la casa de campo en la que conviven el padre y la madre de la familia junto a otras personas es de un nerviosismo y de una violencia muy, puede que sí, acorde con la situación (en declaraciones del propio director, “quería que la cámara se contagiara del virus anquilosado en los muertos vivientes, moviéndose en consonancia”), pero ese trucaje no hace sino empeorar el resultado final, una suerte de batiburrillo visual en forma de ataques epilépticos incontrolados en la imagen, donde el espectador no acierta a distinguir prácticamente nada en un montaje tan urgente y ciertamente confuso, por lo que lo verdaderamente importante, la narración, en este caso visual, queda extinguida.
A lo largo de la película se intenta dar una importancia nada escondida a la familia y a los conflictos que de una situación tan extrema como la propuesta en el film puedan surgir en su seno. Pero de nuevo los resultados no son redondos: con personajes tan poco perfilados y dramatizando situaciones que tienen como origen una difícil verosimilitud narrativa, nada puede ser tenido muy en consideración, recreándonos con momentos que “casi” logran la belleza y ¿complejidad? buscada -me estoy refiriendo, concretamente, a la escena del beso de la pareja, desencadenante de todo, y a los encuentros finales entre padre e hijos-. Situaciones como las anteriores (varias y no menos importantes a lo largo del minutaje, de similar calado resolutivo) ponen de manifiesto la dificultad de compensación entre lo que son buenas ideas e intenciones por parte de un director probadamente solvente, y su puesta en escena, enmarcada en una película de estas características, cuando el dinero, por encima de cualquier otra cosa -incluídas las posibles pretensiones artísticas- es lo que apremia. Y de todo ello se contagia el guión, que es lo menos favorecido de la función (si bien pudiera sobrellevarse en una producción con pocas pretensiones de relevancia como ésta), repleto, de principio a fin, de situaciones harto inverosímiles.
Ahora bien, tampoco es necesario ahogarse en la piscina: hay que saber reconocer el “difícil” papel del director en una empresa de estas magnitudes, más moviéndose por primera vez “ahí arriba”, a pesar de que pudiera parecer una contradicción considerando los medios de que se dispone, y valorar en consonancia. Y el resultado es, siempre que no miremos muy allá (que, tal y como he dicho, es lo que creo se debe hacer aquí), un muy digno y disfrutable entretenimiento, que probablemente contentaría a los mandones de turno, y, lo que es más importante para ellos incluso, al público en general. Un producto a medio camino entre lo que se pretende y lo que se logra, donde la figura del director queda diluida en medio de tanto aparato técnico, y su intento de reconocimiento y autoría en medio de todo ello brilla por su ausencia, quedándose en una simple labor de efectiva (depende siempre de para quién) artesanía.
Todo esto es lo que, hasta el momento, nos ha ofrecido el director canario. Queda clara, por su trayectoria, su capacidad; y centrándonos en su última película, queda pendiente de revisión su solvencia para manejarse en las altas cúspides cinematográficas (monetariamente hablando); por todos es bien sabido que la supervivencia artística ahí nunca ha sido fácil. Yo, particularmente, preferiría que volviera a la inventiva y curiosa senda de “Intacto”, pero esa ya es otra historia…
Texto: Roberto García-Ochoa Peces
1 comentario:
Interesante enfoque el que das en el artículo a la filmografía de Fresnadillo.
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