09 abril, 2007

Concursante, de Rodrigo Cortés



Existe en la naturaleza de todo aspirante a cineasta la necesidad instintiva de acuñar un lenguaje desde la disensión, de atribuirse una colección de recursos atípicos, de alcanzar al espectador mediante caminos alternos de estilo. No es en absoluto una forma errada de acercarse al hecho fílmico, pero se corre un riesgo de falta de prospección en el resultado, con base en un nudo de bifurcación tan sutil que puede resultar imperceptible: los verdaderos artífices de la vanguardia (de la perdurable, entiéndase), jamás se plantearon hacer vanguardia, o al menos “construirla”, e hicieron del empleo de las herramientas diferenciales una mera coyuntura guiada por la necesidad; en cambio los otros, los relegados al olvido, lo fueron por acudir al equívoco más grave de la ambición artística, resumible en el enunciado:
“Voy a hacerles temblar con algo con lo que jamás temblarían.”
Una frase (cámbiese “temblar” por “reír”, “llorar” o cualquier otra expresión del estado de ánimo que pueda suscitar una película) que demuestra la voluntariosa, sincera y descerebrada vanidad del soldado que cree suficiente ser valiente para hacer la guerra. Pero todo el mundo sabe que de valientes están llenos los cementerios y el fondo de los videoclubs.



En una cinematografía tan ajena a los procesos industriales (y sus protecciones) como la nuestra, donde se cuenta con tanta libertad para la experimentación como radical riesgo de ser desoído en favor de cines intelectualmente más asequibles, nace Concursante de Rodrigo Cortés. Con el exquisito aval de su multipremiado cortometraje 15 días (o la estructurada elaboración de un mito humano que actualizaba la figura del pícaro con el soporte de un pulso tan efectista como preciso), Cortés acomete su ópera prima en los latifundios del largo con aquella misma falta de prejuicios y sobra de pretensiones que suelen caracterizar a los neófitos.



Porque desplegar el aparato narrativo de todo un largometraje en la urdimbre dislocada del mundo de las finanzas supone, muy por contra de lo que podría pensarse, el menor de los riesgos de un proyecto tan interesante como con vocación suicida, derivada de un asumido doble juego en que, una vez finalizado, se notan las suturas: por una parte, es patente la voluntad canónica en el emplazamiento de la trama con mecanismos tan próximos a la tragedia clásica, dado el esquema narrativo del héroe sentenciado por fuerzas más allá de su control, descenso al infierno estructuralmente orquestado como un dilatadísimo flashback que comienza a la muerte del protagonista, en evidente similitud con El crepúsculo de los dioses (Billy Wilder, 1950), otro filme en que el personaje perece merced a la ostentación de una fortuna y sus requerimientos; por otra parte, descubrimos una tendencia formal al tratamiento pródigo en efectismos, en que la presencia del montaje adquiere un carácter tan protagónico que puntualmente llega a alienar el propio relato y distanciar a la audiencia.



Lapsos fotográficos congelados, empleo salpicado del blanco y negro, ralentizados, rebobinados, recursos humorísticos poco apropiados y otras formas de ruptura más o menos justificada de la lógica lineal, consiguen en ocasiones su propósito de adjudicar un tono irónico a lo narrado. Empero, en otras su función se resiente a causa de un lenguaje que fuerza la estilización al extremo, de escasa o nula relevancia diegética, demasiado próximo al discurso publicitario en su gratuidad apenas solvente. Una opción estilística que en su previo 15 días resultaba más que adecuada, por lo que el personaje protagonista tenía de mito urbano, de ser inalcanzable, de enigma irresoluble, pero que aquí distrae sensiblemente uno de los principales objetivos del filme: la identificación plena con Martín Circo, interpretado por un Sbaraglia que transita admirablemente en un crescendo de histrionismo paralelo a su insólita tragedia.



No obstante, tan abundantes son las gratuidades como innumerables los aciertos de un montaje que consigue amenizar un asunto tan árido como el que suscita el submundo financiero que administra el destino del personaje, y que culmina en un prodigioso tour de force de secuencias paralelas; tercer acto que nos catapulta a una conclusión que, por adelantada al comienzo, adquiere el cariz de un augurio shakespeariano. Más cercana a clásicos como El Proceso (Orson Welles, 1962) o El hombre del traje blanco (Alexander Mackendrick, 1951) que a soluciones de protesta más contemporáneas como El club de la lucha (David Fincher, 1999), con la que se suele emparentar supongamos que por estilo, Concursante es una fantasía negra que, en la andadura por una galería de personajes desquiciados y maniqueos de voluntad fácilmente regulable mediante el vil metal (solo el amigo del protagonista es inasequible al soborno), nos descubre un mundo de pesadilla, en que los dioses clásicos y sus leyes inexcrutables han sido sustituidos por la abstracción templaria de los bancos, con su omnipotencia al servicio de un despiadado y perverso orden económico.



¿Pertenece Cortés a la casta de los verdaderos vanguardistas, o al gremio de pirotécnicos del celuloide? Desde esta opinión, hoy por hoy, ni a uno ni a otro, y acaso a los dos grupos a la vez. Del tiempo depende que Cortés se decante, porque a pesar de tics y demás histerismos a los que las óperas primas son tan proclives, Concursante mantiene un valor inexcusable: el de ser la película que ha visto nacer a alguien con mucho que contar. Básicamente, lo que hace años solía considerarse un cineasta.


by Juanjo Iglesias

PRÓXIMAMENTE: J.P. Bango analiza "Avant Pétalos Grillados"

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Pos a mí la peli ma parecido un puto pasote. Pero vamos, a mí. Y yo, pero vamos, yo, veo un cineasta de primera detrás. Pero vamos, que yo. Y la peli la veo con tanto fondo como forma. Con mogollón de fondo. Pero vamos, que es mi opinión de paleto que cree que Uribe es una puta mierda a quien nadie le va a reprochar ná porque no ha intentado ná ni ná. Ocho puntos y medio pa Concursante. Y olé.

Queco dijo...

Pues a mí la película no me ha parecido nada porque la quitaron de cartel en dos semanas, justo cuando iba a verla después de no haber podido ir al cine en esas dos semanas, y precisamente cuando el boca a boca empezaba a funcionar. En cambio Epic Movie se ha pegado un mes en cartel. Si es que no hay derecho...

Anónimo dijo...

la peor pelicula q recuerdo,deverdad

Anónimo dijo...

Tú tienes mala memoria...

Magnífica. Grata sorpresa. Notable muy alto.

Anónimo dijo...

Joé, qué crítica más condescendiente. A mí me dejó demolido, aplastado, apabullado y sonriente. Cine español que es cine. Amazing.