12 enero, 2011

Entre tierras y bajo ellas: las catarsis enfrentadas de "127 horas" y "Buried"


SPOILERS DE "127 HORAS" Y "BURIED".

Se podría decir que toda la filmografía de Danny Boyle gira en torno a la catarsis. Sus protagonistas encuentran, con menor o mayor fortuna, un arrebato que admiten sin miramientos. La metáfora religiosa es una constante, consciente o no, que hila las ensoñaciones de sus personajes, su búsqueda o encuentro casual con una realidad superior a la que afianzarse.

127 horas no es diferente. La historia de Aron Ralston, el montañista que quedó atrapado por su brazo durante cinco días y sobrevivió para contarlo es, en un principio, una historia que plantea el reto de mantener todo el peso en un actor y una localización, elevada por la épica que ya destila de por sí la hazaña. Parece algo en principio, tan atractivo como medianamente asequible de desarrollar. Sin embargo, resulta curioso ver como Boyle antepone la dispersión, las divagaciones y alucionaciones de Ralston o los flashbacks a cualquier otro desarrollo emocional. Una de las primeras cosas que se puede criticar a 127 horas es la incapacidad para reaccionar ante la (ausente) vida personal de Ralston, quedando ésta reducida a fiestas y ligues, o a una familia escatimada, apenas presente por la voz de una madre y la testimonial aparición de amigos y una hermana. Sólo al recurrir al inexcusable epílogo aclaratorio que toda película basada en hechos reales se ve obligada a incluir, encontramos algo de implicación en quién es Ralston antes que en la mera descripción de su suplicio.

Porque si una cosa es 127 horas es la representación de un accidente, que no escatima en un detallismo totalmente inútil y exclusivamente dedicado al morbo. Parece que a Boyle solo le interesan dos cosas: todo aquello que sirve para reclamar la atención del espectador – a costa de lo que sea – y regodearse en las alucinaciones espirituales más pochas. Es una película tan poco interesante que ni su propio director parece interesado en la historia que está contando. Entonces, ¿cómo es que se trata de una de las favoritas para los Oscars de este año?

Conviene ser injusto por una vez y comparar sin ningún pudor la película de Boyle con la del gallego Rodrigo Cortés, Buried, para sacar algunas conclusiones. He aquí una pequeña división en categorías:



El protagonista

Aron Ralston es un héroe. Es ese muchacho carismático, dinámico, alegre y deportista que, para colmo, dedica su vida a rescatar a gente en condiciones como la que, irónicamente, le golpean en nuestra historia. Es un buen chico, el boy scout con ese punto canalla que lo hace más cómplice con nosotros. Es, además, una figura plenamente consciente de su condición y sabe en todo momento como proceder.

Paul Conroy es un perdedor. Incapaz de conseguir un trabajo, la única manera de llevar dinero a casa es aceptar un empleo sin futuro y peligroso: transportista en Irak. No es un santo ni muy listo. Lo vemos cabrearse, insultar y se ve completamente superado por su situación. Su vida es mediocre y, para colmo, se ve metido en unas circunstancias totalmente ajenas a él. Gran parte del peso de su personaje recae en lo que desconoce o en sus incapacidades para actuar, lo que lo convierte en un personaje dependiente de los demás, y por tanto, pasivo.

La estructura

Es interesante destacar que Boyle prefiere arrancar su película enseñándonos como es Ralston. Una vez descrito su personaje a través de un prólogo joie de vivre y dejando clara su condición de macho alfa. A partir de ahí, toda la información que se nos da viene directamente de él, de sus ensoñaciones, recuerdos o su videocámara (tengamos en cuenta que lo audiovisual puede estar tan manipulado como la memoria) y tan sólo el prólogo nos devuelve del arquetipo apenas esbozado a un personaje tridimensional.

Conviene destacar que la apertura y cierre de 127 horas, enlazando la historia privada de Ralston con imágenes de masas a un ritmo vertiginoso recuerda poderosamente a Mind Game (2004), que utilizaba las vidas de sus protagonistas para abrir y cerrar un relato de decadencia y superación en medio de la complejidad de lo humanidad.

En cambio, Cortés arranca su historia sin concesiones, y es a través del diálogo de Conroy con otros, de esa interacción con los demás, la manera en la que descubrimos todo lo necesario para reconstruir al personaje e implicarnos con él hasta el final. Parece fácil y no lo es, pero además es imprescindible.

La conclusión

No será ninguna novedad señalar que, mientras 127 horas se eleva triunfal ante la valentía, sacrificio y capacidad de superación del individuo, Buried prefiere hablar de la inevitabilidad, del error, de lo casual y del fracaso.

El sustrato

Pero el punto más relevante es el contexto: no es que Ralston salga victorioso de un lugar cualquiera… si no de Blue John Canyon, un paisaje puramente norteamericano, que refleja la propia belleza de esa tierra… del mismo modo que también es testigo mudo del legado cultural del país. Así, Ralston termina su aventura abandonando el cañón que recibe su nombre de un miembro de la banda Hole in the Wall, pero no sin pasar antes por las impresionantes pinturas que los ancestros de los indios Pueblo dejaron en el lugar. En otras palabras, podemos decir que la victoria de Ralston es individual… pero le ayuda a reconciliarse con su familia, su lugar en el mundo y una descarada alabanza nacional que quizás Boyle pretendía (como prólogo y epílogo parecen sugerir) convertir en global.


Por la contra, Conroy sufre la peor de las suertes en medio de ninguna parte. En un agujero de rata, un calificativo que sirve tanto para el ataúd en el que es enterrado prematuramente o en el país en el que ha acabado para su desgracia. Irak es ese error que hay que enterrar (nuff said) y al que sistema, un sistema que yerra, no le interesa sacar a la luz, y menos a la prensa. Conroy no puede más que ver cómo su país, su familia y sus amigos permanecen impotentes, inútiles y no le queda más que rendirse.

Mientras tanto, Ralston disfruta de su product placement, sus polvos Erasmus, sus talk shows, su superheroísmo autoproclamado. El único enemigo de Ralston es el mismo; en cambio, Conroy se enfrenta a todo lo demás, entre un funcionario imbécil y un terrorista negado.

Boyle parece agarrarse a esas catarsis, a esos pequeños triunfos de la vida como una manera de satisfacer al espectador. Quizás por eso suene hoy más el nombre del director de “Slumdog millionaire” que el de Cortés: porque el público no quiere oír hablar de errores, problemas, derrotismo o decepciones en tiempos de crisis. Aún cuando la película del español resulta mucho más eficiente y meritoria, pasa desapercibida ante una masa que enaltece el optimismo, la superación y la belleza de lo que le rodea. ¿Se sustituye el buen cine por las buenas intenciones? ¿O es que sólo podemos entender la catarsis como éxito, no como tránsito o revelación, por muy dolorosa que sea esta? Quizás no nos interesan esas revelaciones, porque implican la verdad y no siempre es agradable oírla. Nos interesa más presenciar un éxito momentáneo y una atractiva mentira. Sólo lamento todo lo que perdemos por no querer escuchar.

By Henrique Lage

2 comentarios:

refoworld dijo...

Muy grande comparativa. Pero excelente de verdad.

nefter dijo...

Bastante catártica te felicito me animaste a querer comparar ambas películas, creo que quiero oír de derrotas por que son más reales