06 diciembre, 2012

Crónicas carcelarias: Muestra de cortos en Almería

Viernes, 23 de noviembre de 2012.

Es la segunda vez que entro en prisión.
 

La primera ocurrió hace unos meses. Entonces llevé bajo el brazo mi novela negra y ultraviolenta “El país de los ciegos”. Los psicólogos y educadores se echaron las manos a la cabeza. Esta vez traigo cine, corto, pero contundente.

Centro Penitenciario “El Acebuche”, Almería. Pasamos el primer acceso de control. Mi DNI desaparece y se transforma en un cartón que pone “visitante”. No sé dónde colgármelo. Llegamos al perímetro. Me siguen sorprendiendo las alambradas enroscadas, todo ese espacio vacío y perdido, el limbo entre la libertad y el encierro. El segundo acceso es más restrictivo todavía. Las puertas chasquean y se deslizan ruidosamente sobre una jamba metálica. Los barrotes son gruesos, y la pintura beis que los recubre nos los hace más simpáticos. Hasta que no se cierra un portón no se abre el siguiente. Más chasquidos. Más barrotes.

Los módulos se despliegan ante mí. Caminamos por los pasillos. Hay gente por ellos. Están tranquilos, saben lo que hacen, hacia dónde van. Yo me limito a seguir a mi guía. Ascendemos por unas escaleras que huelen a recién pintado. Llegamos a la sala de proyecciones. Es amplia, pero se quedará pequeña para todos los internos. Me cuentan que solo asistirán tres módulos. No pasa nada. Repetiremos otro día para los demás.

Las butacas se llenan. El público bulle. Hablan, se saludan, se reencuentran, se evitan. Comprobamos el sonido. Apagan las luces. Es la hora.
Me presentan. Me pasan el micro. Siento sus pupilas sobre mí. Estoy en lo alto de una tarima. A mi espalda está la pantalla. Cuento de qué va la actividad y explico el primer corto. Lo escribí y dirigí hace unos años. Se titula “Canela vol. 0,5”. Es la precuela de uno de Pablo Ferrando. Desaparezco tras la cortina y dejo que el cine haga su magia.

La gente responde. Se ríen, se asustan. Esto funciona. Cuando termina, regreso a la tarima. Es entonces cuando aplauden. Me siento halagado. Vale, tíos. Dejad que siga. El siguiente es más largo. “Niños que nunca existieron”, de David Valero. Ganador de multitud de premios. Un director con un futuro brillante. Su corto lo demuestra. Les entusiasma. Sufren al lado de los protagonistas. Los títulos de crédito les noquean. Más palmas.
Sigamos. “8”, de Raúl Cerezo. Cine de terror diferente. Arriesgado, homenaje a los inicios del género, mudo, una banda sonora brutal, planos milimétricos, una puesta en escena perfecta. Más de 150 nominaciones y decenas de galardones. Le prestan atención enfermiza. Esperan que pase algo, que el desenlace les deje sin aliento. Y sucede. Los títulos comienzan a salir y ellos aún están digiriendo lo que han visto. Aplauden como locos.

Nos quedamos sin tiempo. Quería poner “Emala3bien: los malditos”, de Miguel Ángel Font, pero dura 40 minutos. Por suerte también tengo “Eienesis: In Search of Light. Un corto metafórico que habla de la sensibilidad de la creación quizá parezca más arriesgado. Da igual: la anterior vez conocí a un pintor ruso muy bueno que descubrió su vocación cuando estaba interno. Lo proyectamos, contemplan la belleza de sus fotogramas, aplauden. Aplauden mucho. La capacidad de apreciar la belleza no se pierde tras las rejas.

Aún tengo tiempo para una pieza más. Una muy especial. Algo que nadie antes había visto, ni dentro ni fuera. Algo que me han regalado en exclusiva para esta muestra. Se trata de un anticipo de lo que será la película “Criando ratas”, una cinta que recupera el cine quinqui, pero que lo actualiza y le da un lavado de cara. Con el micro en la mano explico lo que van a ver. Actores no profesionales que pasaron por prisión, gente de barrio que conoce las drogas de cerca, una película que ha hecho más por su reinserción que mil programas estatales. Un proyecto único, imposible, social, maravilloso, genial. Play. Ahí está el Cristo haciendo de las suyas, mira al Mauri robando risotadas con sus monólogos geniales, fíjate en las calles de lo más oscuro de Alicante. Cine-realidad. Cine-total.

Aplauden. Les encanta. Me preguntan cómo participar en cortos. El que lo dice es músico, pero quiere salir de actor. Le digo que también se necesitan músicos en los cortos. Da igual: él quiere ser el nuevo Cristo, el nuevo Mauri. Aplauden otra vez. Me obsequian con una placa de barro que hacen ellos mismos en los talleres.

Me dan las gracias, pero soy yo el que está agradecido.

Claudio Cerdán, 28 de noviembre de 2012.

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